jueves, 12 de julio de 2012

El apostolado en las pequeñas cosas cotidianas


"¡Apóstol!"
Beato Manuel González García
Comulgantes de Jesús de cada mañana,
¡Sed los apóstoles de Jesús de cada hora!

¡Apóstol! Bella palabra, quizá la más bella con que se puede calificar a un hombre noble, a un cristiano bueno.
¡Ser apóstol! Aspiración de almas grandes, generosas, heroicas. ¡Ser apóstol! Es llenarse hasta rebosar, de Jesucristo, de su doctrina, de su amor, de su virtud, de su vida y mojar hasta empapar a todo el que nos toque o se nos acerque del agua que nos rebosa. Es hartarse hasta embriagarse del vino del conocimiento y amor intensos de Jesucristo y salir por las calles y plazas ebrios... Es hacerse loco de un solo tema que sea: Jesús crucificado y sacramentado está y no debe estar abandonado...
Abandonado, porque no se le conoce, no se le ama, no se le come, no se le imita...
¡Ser siempre apóstol! ¿Puede haber corazón sinceramente piadoso que no tenga por aspiración constante la realización de este deseo? Estar siempre haciendo algo con la palabra o la intención para que Jesús, el Jesús-Rey de nuestro corazón y centro de nuestra vida, sea un poquito más conocido, amado, servido, imitado y glorificado, ¿qué alma sinceramente cristiana no lo desea y procura?

Pero yo, pobre clérigo o seminarista, sin dinero, sin influencia, sin brillo social. Yo, pobre obrero, sirvienta, atareado hombre de negocios, juguetón niño, estudioso joven, débil jovencita, ocupada madre de familia, ¿puedo yo ejercer ese constante apostolado? ¿Cómo puedo yo ser siempre apóstol?
A contestar esas preguntas vienen estas paginillas enseñando modos de apostolados fáciles y compatibles con todas las clases de personas y situaciones. Apostolado menudo llamo a esos modos y plegue al Amo que la facilidad y suavidad de su ejecución multiplique los apóstoles y los apostolados y con unos y otros la vida del Sagrario en las almas y en los pueblos.

Por qué apostolado menudo
Y llamo menudos a estos apostolados por razón:
De la misión que no es misión oficial y solemne como la de los obispos, sucesores por misión divina de los apóstoles.
De las personas, que no han de ser siempre personajes, como grandes escritores, doctores, predicadores, sino que los pueden ejercitar a más de esos señores, si quieren, hasta los niños y viejecitas y gente sin letras ni grados.
De los lugares, que no han de ser grandes escenarios de púlpitos, cátedras, templos, numerosos auditorios, sino en cualquier ocasión o coyuntura favorable.
De la materia, que no han de ser sabias epístolas, profundas encíclicas, elocuentes sermones, sino ratillos de conversación, cartas de amigos, servicios insignificantes, hasta sonrisas y gestos.
Y Del tiempo, porque estos apostolados no lo tienen señalado, sino que han de menudearse, mientras más, mejor, hasta el punto de que a cada hora y en cada ocupación y en cada palabra y en cada mirada nuestra, los que nos rodean puedan sentir algo de Jesús, presente y vivo en nuestra alma, como el que pasa junto a un nardo o una violeta, huele el aroma, aunque no vea la flor.

La gran razón y el gran impulsor de estos apostolados menudos
Yo no conozco mejor y más decorosa acción de gracias de la misa celebrada y de la comunión recibida cada mañana, que el celo por hacer sentir a los que nos rodeen la presencia de Jesús Inmolado, ¡el Cordero de Dios! en nosotros.
Comulgantes de Jesús de cada mañana, ¡sed los apóstoles de Jesús de cada hora!
Apóstoles de la presencia de Jesús, salid en su nombre por todas partes enseñando más con vuestras obras que con vuestras palabras, y de todos los modos que os sugiera el Espíritu Santo esta grande y consoladora verdad: Que Jesús, no sólo está realmente en los Sagrarios, sino en las almas y en la vida de los buenos comulgantes...

I. La ley del apostolado menudo
Todas sus leyes se reducen a esta sola: que se ejerza.
El apostolado entre semejantes
Rarillo es, en verdad, el título; pero os confieso que no he encontrado en mi pobre majín otro más adecuado y expresivo, y así y todo, he menester echarle una mano para sacarlo a la claridad del día.
Después de todo, quizá debería llamarse este capítulo Menudencias del apostolado, mejor que Apostolados menudos, que más que de un apostolado aparte, voy a hablar de un condimento esencial a todos ellos.
El apostolado es obra de misión y de amor: de misión, por parte del que envía al apóstol, que éste es siempre un enviado, y si no es un entrometido y un impostor, y de amor, por parte del apóstol mismo, que si tiene sólo misión y no amor a lo que es enviado, será un recadero, un comisionista, un viajante, pero no un apóstol.

¡El amor del apóstol!
Si no fuera porque me haría muy largo, me detendría ahora, no en demostrar la necesidad de ese elemento en el apostolado, que eso salta a la vista, sino en apuntar y lamentar el sinnúmero de fracasos de hartos apostolados, tanto en el bien como en el mal, precisamente por la falta o poca cantidad del amor apostólico.
Resígnome a sentar esa observación y prosigo mi razonamiento.
Si apostolado es amor, y amor como de fuente llena que se desborda y como fuego que se deshace en ganas de calentar e incendiar a muchos, el apostolado, como el amor, presupone igualdad o semejanza, o a todo trance la procura; entre el que lo ejerce y lo recibe.

El puente de la semejanza
El semejante se goza con su semejante, dijeron los antiguos y le experiencia de los siglos confirma que el amor o la amistad entre dos nunca se entabla, ni muchos menos, se estrecha, sino cuando entre esos dos se tiende el puente de semejanza o igualdad.
El blanco, naturalmente, se hace más pronto amigo de otro blanco, que de un negro; el niño, de otro niño que de un viejo; el cristiano, mejor de otro que del que no lo es; el que quiere ser cristiano bueno, de otro que le parece justo, más que del que le parece pecador o licencioso.
Y si encontramos algunas excepciones a esa ley del amor entre semejantes, más que excepción de la ley, es modo distinto, oculto, inconsciente, raro, si queréis, de cumplirla o preparación para ella.

¿Excepciones o confirmaciones?
Sin duda conoceréis no pocos casos de matrimonios de una desemejanza y desigualdad tales que os ha obligado a preguntaros y a preguntar a vuestros amigos: ¿Pero cómo Fulano, tan listo, tan sabio, ha podido querer y adaptarse a Zutana que, si no es tonta, lo parece?
Si estudiáis un poco a fondo el caso, veréis que aquella disparidad es sólo aparente y que o el Fulano no es, en realidad, tan sabio, sobre todo con talento práctico, o que la Zutana no es, en realidad, tan tonta, o que lo que a ésta le falta de cabeza le sobra de corazón o de alguna otra buena prenda para contrarrestar y establecer el equilibrio con lo que a aquél le falta.
Repito: el amor presupone la semejanza o la procura a todo trance, y si no se va.

El puente del apostolado
Con la luz de esta verdad, que es a la vez un hecho permanente, alumbremos la gran obra del amor que es el apostolado.
¿El apóstol es sabio y ha sido enviado a ignorantes?
¡Que no vaya a ellos como sabio, sino como ignorante!
¿El apóstol es rico y es grande y ha sido enviado a pobres y pequeñuelos?
¡Que no se llegue a ellos fastuoso ni encumbrado, sino modesto y chico o achicado!
El fulgor de la sabiduría, del dinero y del poderío del apóstol podrá producir deslumbramientos, asombros, hasta admiraciones; pero, ¿atracción, adhesión y lealtad de cariño? No.
Falta el puente de la semejanza para que pueda pasar éste.

El gran puente
¡Bendita, adorable, y nunca bastantemente agradecida Encarnación del Hijo de Dios, verdadero y colosal y eterno puente de semejanza tendido entre Dios y el hombre para que por él venga el gran Enviado del Padre celestial vestido de hombre y hasta con apariencias de pecador y por Él vaya el cariño rendido y sobre todo cariño de sus adoctrinados y redimidos.
Apóstoles grandes y menudos, ¿os habéis ocupado y preocupado del puente de vuestro apostolado?

El puente descrito por san Pablo
San Pablo, el por antonomasia llamado apóstol, describe la ley de semejanza que debe regir los apostolados fecundos con aquella consoladora y aliviadora descripción del sacerdocio de Cristo. «No es tal nuestro pontífice, que sea incapaz de compadecerse de nuestras miserias: habiendo voluntariamente experimentado todas las tentaciones y debilidades, a excepción del pecado, por razón de la semejanza con nosotros» (Hb 4,15).
¿Razón y fin de esa semejanza? Él mismo prosigue: «Lleguémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, a fin de, alcanzar misericordia».
Si Jesús, el gran Apóstol y Maestro y Padre de todos los apóstoles, para ganarnos el amor se ha hecho semejante a nosotros en la pobreza, en la enfermedad, en la tentación, en la muerte y en todo, ¿cómo no habrá de escoger para apóstoles, no a ángeles ni a santos del cielo, sino a hombres de la tierra, y como tales, de barro, con las flaquezas y fragilidades del barro...?
Y con todos esos apóstoles de barro quebradizo se ha levantado y formado y sostenido la Iglesia de los hombres de barro también y seguirá sosteniéndose hasta la consumación de los siglos.
¡Qué bien, qué maravillosamente bien entendió y practicó el apóstol Pablo la ley apostólica de semejanza por él tan bellamente predicada!
Leed, entre otros ejemplos, ese trozo de su primera Epístola a los Corintios (1Cor 9,19-22).
«En verdad que estando libre o independiente de todos, de todos me he hecho siervo, para ganar más almas.
Y así con los judíos he vivido como judío, para ganar a los judíos; con los sujetos a la ley o prosélitos, he vivido como si yo estuviese sujeto a la ley (con no estar yo sujeto a ella), sólo por ganar a los que a la ley vivían sujetos; así como con los que no estaban sujetos a la ley de Moisés, he vivido como si yo tampoco lo estuviese (aunque tenía yo una ley con respecto a Dios, teniendo la de Jesucristo) a trueque de ganar a los que vivían sin ley.
Híceme flaco con los flacos para ganar a los flacos.
Híceme todo para todos para salvarlos a todos.»
Ése es el apóstol de Cristo, el que es de todos y es nada.
Con los sabios, sabio sin arrogancia; con los ignorantes, sobrio y modesto en el hablar, como si lo fuera. Con los viejos, viejo; con los niños, niño; con este solo fin: ¡para salvarlos a todos!
¿Se entiende ahora la ley del apostolado, o sea, el «apostolado entre semejantes»?
De que se atienda o no esa ley de semejanza ¡cuánta cosecha de agradables sorpresas o de molestísimos e irritantes chascos!
Y como no escribo para teorizar, sino para sugerir ganas y modos de trabajar por las almas, más que meterme en reflexiones sobre la aplicación de esa ley, al que pudiera llamar apostolado grande y oficial, prefiero estudiarla en lo que venimos llamando Apostolados menudos, o sea, los inspirados por el celo, que a las personas sólidamente piadosas impide ver con indiferencia y con brazos cruzados en torno o al alcance de ellas, ausencias y faltas de conocimientos, de amor e imitación de nuestro Señor Jesucristo.
A esas buenas almas, a las que el celo de la gloria de Jesús y de las almas hizo catequistas, maestros, visitadores de enfermos o de presos, Marías o Juanes de Sagrarios abandonados o poco frecuentados y a todos los corazones noblemente empeñados en apostolados menudos, digo:
¿Queréis dejar bien pegadas en las almas de vuestros catequizandos las enseñanzas que con vuestra palabra, vuestro ejemplo, vuestra abnegación y vuestra oración tratáis de inculcarles?
Pegadlas con cariño mutuo, de vosotros a ellos y de ellos a vosotros.
¿Que el vuestro está pronto, pero el de ellas os cuesta trabajo ganarlo?
Construid y echad el puente de la semejanza y veréis cómo los dos cariños se encuentran en el camino.
¿Qué procuráis echar el puente, pero que no acabáis de cerrarlo?
Quizá os faltarán algunos sillares; buscadlos en donde podáis; el amor es ingenioso y buscador.





(BEATO MANUEL GONZALEZ, Apostolados Menudos, Obras Completas, nº 4914-4931)

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