sábado, 18 de agosto de 2012

Domingo XX (ciclo b) San Agustín

“Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”

 Discutían entre sí los judíos, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne? Altercaban, es verdad, entre sí, porque no comprendían el pan de la concordia, y es más, no querían comerlo; pues los que comen este pan no discuten entre sí. Somos muchos un mismo pan y un mismo cuerpo. Por este pan hace Dios vivir en su casa de una misma y pacífica manera.
 A la cuestión causa de litigio entre ellos, es a saber: ¿Cómo es posible que pueda darnos el Señor a comer su carne, no contesta inmediatamente, sino que aun les sigue diciendo: En verdad, en verdad os digo que, si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. No sabéis cómo se come este pan ni el modo especial de comerlo; sin embargo, si no coméis la carne del Hijo del hombre, y s i no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros. Esto, es verdad, no se lo decía a cadáveres, sino a seres vivos. Así que, para que no entendiesen que hablaba de esta vida (temporal) y siguiesen discutiendo de ella, añadió en seguida: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna. Esta vida, pues, no la tiene quien no come este pan y no bebe esta sangre. Pueden, sí, tener los hombres la vida  temporal sin este pan; mas es imposible que tengan la vida eterna. Luego quien no come su carne ni bebe su sangre no tiene en sí mismo la vida; pero sí quien come su carne y bebe su sangre tiene en sí mismo la vida, y a una y otra le corresponde el calificativo de eterna.
No es así el alimento que tomamos para sustentar esta vida temporal. Es verdad que quien no lo come no puede vivir; pero también es verdad que no todos los que lo comen vivirán; pues sucede que muchos que no lo comen, sea por vejez, o por enfermedad, o por otro accidente cualquiera, mueren. Con este alimento y bebida, es decir, con el cuerpo y la sangre del Señor, no sucede así. Pues quien no lo toma no tiene vida, y quien lo toma tiene vida, y vida eterna. Este manjar y esta bebida significan la unidad social entre el cuerpo y sus miembros, que es la Iglesia santa, con sus predestinados, y, llamados, y justificados, y santos ya glorificados, y con los fieles. La primera de las condiciones, que es la predestinación, se realizó ya; la segunda y la tercera, que son la vocación y la justificación, se realizó ya, y se realiza y se seguirá realizando; y la cuarta y la última, que es la glorificación, ahora se realiza sólo en la esperanza y en el futuro será una realidad. El sacramento de esta realidad, es decir, de la unidad del cuerpo y de la sangre de Cristo, se prepara en el altar del Señor, en algunos lugares todos los días y en otros con algunos días de intervalo, y es comido de la mesa del Señor por unos para la vida, y por otros para la muerte. Sin embargo, la realidad misma de la que es sacramento, en todos los hombres, sea el que fuere, que participe de ella, produce la vida, en ninguno la muerte.
 Y para que no se les ocurriese pensar que con este manjar y bebida se promete la vida eterna en el sentido de quienes lo comen no mueren ni aun siquiera corporalmente, tiene el Señor la dignación de adelantarse a este posible pensamiento. Porque después de haber dicho: Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, añade inmediatamente y Yo lo resucitaré el día postrero. Para que, entretanto, tenga en el espíritu la vida eterna con la paz, que es la recompensa del alma de los santos; y, en cuanto al cuerpo se refiere, no se encuentre defraudado tampoco de la vida eterna, sino que la tenga en la resurrección de los muertos en el día postrero
 Porque mi carne, dice,  es una verdadera comida, y mi sangre es una verdadera bebida. Lo que buscan los hombres en la comida y la bebida es apagar su hambre y su sed; mas esto no lo logra en realidad de  verdad sino este alimento y bebida, que a los que lo toman hace inmortales e incorruptibles, que es la sociedad misma de los santos, donde existe una paz y unidad plena y perfecta. Por esto, ciertamente (esto ya lo vieron antes que nosotros algunos hombres de Dios), nos dejó nuestro Señor Jesucristo su cuerpo y su sangre bajo realidades, que de muchas se hace una sola. Porque, en efecto, una de esas realidades se hace de muchos granos de trigo, y la otra, de muchos granos de uva.
 Finalmente, explica cómo se hace esto que dice qué es comer su cuerpo y beber su sangre. Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. Comer aquel manjar y beber aquella bebida es lo mismo que permanecer en Cristo y tener a Jesucristo, que permanece en sí mismo. Y por eso, quien no permanece en Cristo y en quien Cristo no permanece, es indudable que no come ni bebe espiritualmente su cuerpo y su sangre, aunque materialmente y visiblemente toque con sus dientes el sacramento del cuerpo y de la sangre de Cristo; sino antes, por el contrario, come y bebe su perdición el sacramento de realidad tan augusta, ya que, impuro y todo, se atreve a acercarse a los sacramentos de Cristo, que nadie puede dignamente recibir sino los limpios, de quienes dice Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
 Así como mi Padre viviente, dice, me envío y yo vivo por mi Padre, así también quien me come a mí vivirá por mí. No dice: Así como yo como a mi Padre y vivo por mi Padre, así quien me come a mí vivirá por mí. Pues el Hijo no se hace mejor por la participación de su Padre, porque es igual a El por nacimiento; mientras que nosotros sí que nos haremos mejores participando del Hijo por la unidad de su cuerpo y sangre, que es lo que significa aquella comida y bebida. Vivimos, pues nosotros por El mismo comiéndole a Él, es decir, recibiéndole a Él que es la vida eterna, que no tenemos de nosotros mismos. Vive Él por el Padre, que le ha enviado; porque se anonadó a sí mismo, hecho obediente hasta la muerte de cruz. Si tomamos estas palabras; Vivo por el Padre, en el mismo sentido que aquellas otras: el Padre es mayor que yo, podemos decir también que nosotros vivimos por Él, porque Él es mayor que nosotros. Todo esto es así por el hecho mismo de ser enviado. Su misión es, ciertamente, el anonadamiento de sí mismo y su aceptación de forma de siervo; lo cual rectamente puede así decirse, aun conservando la identidad absoluta de su naturaleza del Hijo con el Padre. El Padre es mayor que el Hijo-hombre; pero el Padre tiene un Hijo-Dios, que es igual a Él, ya que uno y el mismo es Dios y hombre, Hijo de Dios e Hijo del hombre, que es Cristo Jesús. Y en este sentido dijo (si entienden bien estas palabras): Así como el Padre viviente me envió y yo vivo por el Padre, así quien me come vivirá para mí. Como si dijera: La razón de que yo viva por el Padre, es decir, de que yo refiera a Él como a mayor mi vida, es mi anonadamiento en el que me envió, más la razón de que cualquiera viva por mí es la participación de mí cuando me come. Así, yo, humillado, vivo por el Padre, y aquel, ensalzado, vive por mí. Si se dijo Vivo por el Padre en el sentido de que Él viene del Padre y no el Padre de Él, esto se dijo sin detrimento alguno de la identidad de ambos. Pero diciendo: Quien me come a mí, vivirá por mí,  no significa identidad entre Él y nosotros, sino que muestra sencillamente la gracia de mediador.
Este es el pan que descendió del cielo,  con el fin de que, comiéndolo, tengamos vida, y que de nosotros mismos no podemos tener vida eterna. No como comieron, dice, el maná vuestros padres, y murieron; el que come este pan vivirá eternamente. Aquellas palabras, ellos murieron, quieren significar que no vivirán eternamente. Porque morirán en verdad temporalmente también quienes coman a Cristo; pero viven eternamente, ya que Cristo es la vida eterna.
(SAN AGUSTÍN, Sobre el Evangelio de San Juan. Ed. BAC, Madrid, 1968, pp. 588-593)

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