lunes, 24 de diciembre de 2012

Navidad - Beato Columba Marmion

La venida del Hijo de Dios

La venida del Hijo de Dios a la tierra fue tan augusto acontecimiento, que quiso Dios irlo preparando durante muchos siglos; de modo que ritos y sacrificios, figuras y símbolos mosaicos nos hablaban ya de Cristo y anunciado por boca de los profetas, que, unos tras otros, se van sucediendo en Israel. Mas ya no son ellos sino el Hijo mismo de Dios quien viene a instruirnos:
Multifariam multisque nobis olim Deus loquens patribus nostris... novissime locutus est nabis in Filio (Heb 1,1). Porque Cristo no vino sólo para los judíos de su tiempo: sino que bajó del cielo para bien de todos los hombres: Propter nos et propter nostram salutem. Vino a distribuir a todas las almas la gracia que por su nacimiento nos mereció. Guiada la Iglesia por el Espíritu Santo, ha hecho suyos los suspiros de los Patriarcas, las aspiraciones de los antiguos justos, y los anhelos del pueblo escogido para ponerlos en nuestros labios y llenar nuestro corazón, queriendo nos preparemos al advenimiento de Cristo, como si cada año en nuestra presencia se renovase. Ved también cómo al conmemorar la Iglesia la venida de su divino Esposo a la tierra, despliega el esplendor de sus pompas, y celebra con todas las galas de su esplendor litúrgico el nacimiento del "Príncipe de paz" (Is 9, 6), del "Sol de justicia" (Mal. 4, 2), que aparece en medio de "nuestras tinieblas para iluminar a. todo hombre que viene a este mundo" (I Jn 1,5-9) ; además, otorga ese día a sus sacerdotes el privilegio de ofrecer tres veces el santo sacrificio de la Misa.
Estas fiestas tan grandiosas cuanto embelesadoras, evocan en nuestra memoria el recuerdo de los Ángeles que cantan en los altares la gloria del recién Nacido, el recuerdo de los pastores, de aquellas almas sencillas que acuden a adorarle en el pesebre; el recuerdo de los Magos que vienen desde el Oriente a rendirle sus adoraciones y ofrecerle sus ricos presentes.
Y, con todo, semejante fiesta, aun cuando se alargue por toda una octava, es efímera y pasa como todas las de la tierra. ¿Será solamente el resplandor de una fiesta de un solo día lo que mueve a la Iglesia a exigirnos tan larga preparación? De ninguna manera. Pues ¿a qué obedece ella? Al hecho de que la contemplación de este misterio ofrece a nuestras almas una gracia de elección.
Os dije al principio de estas instrucciones que todos los misterios de Cristo, además de constituir un hecho histórico realizado en el tiempo, contienen también gracia propia, destinada al alimento y vida de nuestras almas. ¿Cuál es, me diréis, la gracia peculiar de este misterio de Navidad? ¿De qué gracia se trata, cuando quiere la Iglesia que con tanto cuidado nos dispongamos a recibirla? ¿Qué fruto hemos de sacar de la contemplación del Niño Dios?
La Iglesia misma nos lo indica en la Misa de media noche. Después de haber ofrecido el pan y el vino que dentro de breves instantes se convertirán, por virtud de la consagración, en el cuerpo y sangre de Jesucristo, resume sus anhelos y deseos en la siguiente oración: “Dignaos, Señor, aceptar la oblación que os presentamos en la solemnidad de este día, y haced que por vuestra gracia y mediante este intercambio santo y sagrado, nos hagamos partícipes de aquella divinidad con la cual fue unida nuestra substancia humana por el Verbo". Pedimos, pues, la gracia de compartir aquella divinidad, a la que fue unida nuestra humanidad, en la cual se verifica una especie de comercio con el mismo Dios. Él toma nuestra naturaleza humana al encarnarse, y en cambio nos comunica una participación de su naturaleza divina. Pensamiento que está expresado todavía de un modo más explícito en la secreta de la segunda Misa. "Haced, Señor, que nuestras ofrendas sean conformes con los misterios de Navidad, que hoy celebramos; y que, así como el Hombre que acaba de nacer resplandece también como Dios, así también esta substancia terrestre (a que se une) nos comunique todo cuanto en Él hay de divino". Hacerse participantes de la Divinidad con la cual se halla unida nuestra humanidad, en la persona de Cristo, y recibir este don divino mediante esta misma humanidad, he ahí la gracia propia del misterio de este día. Es una transacción humano-divina; el Niño que hoy nace es hombre y Dios; y la naturaleza humana que Dios asume, ha de servir de instrumento, para comunicar su divinidad.  Nuestras ofrendas: serán "conformes a los misterios significados por el Nacimiento de este día", si —mediante la contemplación de la obra divina en Belén y la recepción del Sacramento Eucarístico participamos de la vida eterna que Cristo quiere comunicarnos por medio de su humanidad. ¡Oh admirable comercio —cantaremos el día de la Octava;— el Creador del género humano vistiéndose de un cuerpo animado, ha tenido a bien nacer de una Virgen; y apareciendo como hombre aquí en la tierra, nos ha hecho participantes de su divinidad
Parémonos unos instantes a admirar con la Iglesia este mutuo préstamo entre la criatura y el Creador entre el cielo y la tierra. que constituye toda la esencia del misterio de Navidad. Veamos cuáles son los actos y la materia, y de qué modo se realiza: y después, consideraremos qué frutos se derivan para nosotros y qué obligaciones nos impone.
Trasladémonos a la gruta de Belén y contemplemos al niño reclinado en el pesebre. ¿Qué es a los ojos de un profano, de un habitante de aquel pueblecito que acudiera por casualidad al establo, después del nacimiento de Jesús? No vería sino un niño que acaba de nacer, teniendo por madre a una mujer de Nazaret: un hijo de Adán como nosotros, puesto que sus padres se han hecho inscribir en los registros del empadronamiento: puede fijarse la línea de sus progenitores desde Abraham hasta David, desde David a José y su Madre. No es más que un hombre o mejor todavía, un niño, niño débil que sostiene su vida con un sorbito de leche. Tal aparece a los sentidos aquella criatura diminuta que ve reclinada sobre la paja; y de hecho, muchos judíos no vieron en Él otra cosa. Más tarde oiréis a sus compatriotas preguntarse, extrañados de su sabiduría, de dónde podía venirle su saber, puesto que nunca había aprendido letras el hijo del pobre carpintero: Nonne hic est fabri filius? (Mt 13,75) .
Pero a los ojos de la fe, hay una vida harto más elevada que la vida humana y que anima a este Niño: posee la vida divina. ¿Qué nos dice de El la fe? ¿Qué revelación? Nos hace
La fe pregona, en una palabra, que este Niño es el propio Hijo de Dios, el Verbo, la segunda persona de la adorabilísima Trinidad, el Hijo que recibe de su Padre la vida divina mediante una comunicación inefable: Sicut Pater habet vitam in semetipso, sic dedit et Filio habere vitam semetipso (Jn  5, 26). Posee Dios la naturaleza divina con todas sus infinitas perfecciones y le engendra con una generación eterna, en medio de los resplandores de los cielos: In splendoribus sanctorum (Sal 109, 3) . A esta divina filiación de Cristo en el seno del Padre, que se celebra en la Misa de medía noche, es a quien se dirige en primer lugar nuestra adoración. En la Misa de la Aurora celebraremos el Nacimiento de Cristo según la carne, el Nacimiento de Belén; por fin, la tercera Misa honrará el advenimiento de Cristo a vuestras almas.
Envuelta enteramente en las nubes del misterio, la Misa de media noche principia con aquellas palabras solemnes Dominus dixit ad me: Filius meus es tu hodie genui te. Es el grito que exhala el alma de Cristo unida a la Persona del Verbo, y que por vez primera revela a la tierra lo que oyen los cielos desde toda eternidad: Dicho me ha el Señor: Tú eres mi Hijo a quien hoy he engendrado. Este "hoy" es el día de la eternidad, día sin aurora y sin ocaso. Él Padre celestial contempla, ahora a este Hijo encarnado, y el Verbo, no por haberse hecho hombre, deja de ser Dios, sino que al hacerse Hijo del hombre, permanece Hijo de Dios. La primera mirada que reposa sobre Cristo, el primer amor de que se ve rodeado, es la mirada y el amor de su Padre: Diligit me Pater (Jn 15, 9). ¡Oh, qué contemplación y qué amor!
Cristo es el Hijo único el Padre; esa es ori esencial; es igual y consubstancial al Padre, Dios de Diosa,  luz de luz. Por Él fueron hechas todas las cosas, y nada de cuanto existe se hizo sin El. Por este Hijo fueron criados los siglos; Él es quien sostiene todos los seres con el poder de su palabra.
Él es quien desde el principio sacó la tierra de la nada, y los cielos, que son obra de sus manos, envejecerán como un vestido, y se cambiarán como un cobertor; mas Él es siempre el mismo y sus años son eternos (Heb 1). Pues bien, este Verbo se hizo carne: Et Verbum caro fac­tura est.
Adoremos a Cristo encarnado por nosotros: Christus natus est nobis; venite adoremus. Un Dios se reviste de nuestra humanidad; concebido por misteriosa opera­ción del Espíritu Santo en el seno de María, Cristo es engendrado de la más pura substancia de la sangre de la Virgen, haciéndole semejante a nosotros la vida que de ella recibe: Creator generis humani de virgine nasci dignatus est, et procedens homo sine semine.
Aquí nos habla la fe: este niño es el Verbo de Dios encarnado; es el creador del género humano. Sí, ahora necesita un "poquito de leche'' para alimentarse: pero de su mano reciben su alimento los pajarillos del cielo.
Parvoque lacte pastas est
Per quem nec ales esurit.
Contemplad al Niño recostado en el pesebre. Cerrados sus ojitos, duerme sin manifestar a nadie lo que es, semejante en la apariencia a los demás niños, aunque en cuanto Dios y en cuanto Verbo eterno, juzgaba ya desde ese mismo momento a las almas que ante Él comparecían. En cuanto hombre, le vemos reclinado sobre paja y en cuanto Dios, sostiene el universo y reina en los cielos: Jacet in praesepio et in caelis regnat. Este niño que comenzará a crecer, es al propio tiempo eterno y de naturaleza divina que no sufre mutación alguna. Tu idem ipse es, et anni tui non deficient; el mismo que nacido en el tiempo, precede a todo tiempo; el mismo que se aparece a los pastores de Belén siendo creador de todas las naciones, "ante quien ellas son como si no existieran" (Is 40, 17).
Palamque fit pastoribus
Pastor creator omnium.
Vemos, pues, cómo a los ojos de la fe hay dos vidas en este Niño; dos vidas unidas de un modo indisoluble e inefable porque en tal forma pertenece la naturaleza humana al Verbo, la que con su propia existencia nos tiene la naturaleza humana. Esta es perfecta en su especie: Perfectus homo, sin que le falte nada en cuanto a su esencia compete. Este niño tiene un alma corno la nuestra cuerpo semejante al nuestro, inteligencia, y voluntad, imaginación, sensibilidad, facultades como las nuestras, manifestándose en toda su existencia de treinta años como una de tantas criaturas, sólo que nunca cometió pecado: Debuit per omnia fratribus similar absque peccato (Heb 2, 17; 4, 15). Esta naturaleza humana, perfecta en sí misma, guardará su propia actividad y nativo estilen
Entre estas dos vidas que Cristo posee de continuo, la divina, por su eterno movimiento en el seno del Padre, y la humana, que tuvo principio en el tiempo por su encarnación en el seno de una Virgen, no hay mezcla alguna ni confusión. Al hacerse hombre el Verbo, permaneció lo que era y tomó de nuestra naturaleza lo que no era. No absorbe lo divino a lo humano, ni lo humano aminora lo divino, sino que entrambas naturalezas constituyen una sola persona, que es la persona divina, aun cuando la naturaleza humana pertenezca al Verbo y sea propia del mismo: Mirabile rnysterium declaratur hodie: innovantur naturae, Deus homo factus est; id quod fuit permansit et quod non erat assumpsit; non conmixtionem passus neque drvisioném (Antífona de laudes de Navidad).
(COLUMBA MARMION, Cristo en sus misterios, Ed. LUMEN, Chile, pp. 145-152)

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