viernes, 19 de julio de 2013

Domingo XVI (ciclo c) San Agustín

Marta y María
(Lc. 10,38-42).
         1. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo que se nos leyeron en el Evangelio nos advierten que existe algo, único, a lo que debemos tender mientras trabajamos envueltos en las preocupaciones de este mundo. Tendemos porque somos aún caminantes que no hemos llegado al descanso; porque nos hallamos todavía en el camino, no en la patria; tendemos con el deseo, no con el gozo. Con todo, tendamos y hagámoslo sin cesar y sin pereza para que podamos llegar algún día.
         2. Marta y María eran dos hermanas no sólo en la carne, sino también en la devoción. Ambas se unieron al Señor, ambas le sirvieron en unidad de corazón cuando vivía en la carne en este mundo. Marta le recibió en su casa como suele recibirse a los peregrinos. La sierva recibe al Señor, la enferma al Salvador, la criatura al Creador. Lo recibió para alimentarlo en la carne, ella que iba a ser alimentada en el espíritu. Quiso el Señor tomar la forma de siervo y en ella ser alimentado por los siervos, mas no por necesidad, sino porque así se dignó. Dignación suya fue el dejarse alimentar por los hombres. Tenía carne en la que sentía hambre y sed; pero ¿ignoráis que en el desierto, cuando tuvo hambre, le alimentaron los ángeles? Luego el querer ser alimentado fue gracia que otorgó al que lo alimentaba. ¿Y qué tiene de extraño, siendo así que concedió a una viuda la gracia de alimentar a Elías, a quien antes alimentaba él por medio de un cuervo? ¿Por ventura le faltaba con qué alimentarlo cuando lo envió a la viuda? De ninguna manera; no le faltaban alimentos, sino que disponía las cosas para bendecir a aquella viuda piadosa en recompensa del servicio que prestaba a su siervo. Así, pues, fue recibido como huésped el Señor que, viniendo a su casa, los suyos no lo recibieron, pero a cuantos lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, adoptando a los siervos y convirtiéndolos en hermanos, redimiendo a los cautivos y haciéndolos coherederos. Que ninguno de vosotros diga: «Bienaventurados los que merecieron recibir a Cristo en su propia casa». No te duela ni te apenes; no te quejes de haber nacido en tiempo en que no es posible ver al Señor en la carne. No te privó de esta gracia quien dijo: Lo que hicisteis a uno de mis pequeños, a mí me lo hicisteis.
         3. Debido a la escasez del tiempo, hemos hablado poco sobre el Señor que es alimentado en su carne, pero alimenta el espíritu. Pasemos al tema que propuse: la unidad. Marta, preparando y aderezando el alimento para el Señor, se afanaba en infinidad de quehaceres; María, su hermana, prefirió ser alimentada por el Señor. Abandonando en cierto modo a su hermana entregada a los afanes domésticos, ella se sentó a los pies del Señor y, libre de los ajetreos humanos, escuchaba su palabra. Con suma atención había oído decir: Quedad libres de cuidados y ved que yo soy el Señor. Aquélla se agitaba, ésta se alimentaba; aquélla disponía muchas cosas, ésta atendía sólo a una. Ambas ocupaciones eran buenas; pero ¿cuál era la mejor? ¿He de decirlo yo? Tenemos a quien preguntar. Oigámoslo sin prisas. Ya oímos cuando se leyó qué es mejor. Oigámoslo otra vez, recordándolo yo. Marta interpela al huésped y pone en manos del juez el cargo de sus piadosas querellas: que su hermana la había abandonado y no se preocupaba de ayudarla, estando tan agobiada de trabajo. María, aunque presente, no responde; juzgue el Señor. María, como despreocupada, prefiere poner su causa en manos del juez, y por eso no se molesta en contestar, pues preparar la respuesta le supondría apartar la atención de lo que oía de boca del Señor. Responde por ella el Señor, para quien no suponía esfuerzo preparar palabras, puesto que era la Palabra. Y ¿qué dijo? Marta, Marta. Esta repetición del nombre es indicio de amor, o quizás un modo de recabar su atención. Para que escuchase más atentamente, la llama dos veces: Marta, Marta, escúchame: Tú estás afanada en muchas cosas, y sólo una es necesaria; sólo una. No se dijo escuetamente opus, como tomando el término por un sustantivo en singular, sino opus est, frase que significa conviene, es necesario. Esta única obra necesaria es la que eligió María.
         4. Pensad en la unidad, hermanos míos, y ved que, si os agrada una multitud, es por la unidad que existe en ella. ¡Ved cuántos sois vosotros, a Dios gracias! ¿Quién podría gobernaros si no gustaseis una sola y misma cosa? ¿De dónde proviene esta calma en una multitud tan grande? Si hay unidad, hay pueblo; sin ella, una turbamulta. Pues ¿qué es una turbamulta sino una multitud turbada? Escuchad al Apóstol: Os ruego, hermanos—lo dice a una multitud que deseaba ver convertida en unidad—, que digáis todos lo mismo y que no haya entre vosotros cismas, sino que estéis perfectamente unidos en el mismo pensamiento y en el mismo parecer. Y en otro lugar: Sed unánimes, tened un mismo sentimiento; nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria. Y el Señor que ruega al Padre por los suyos: para que todos sean uno como nosotros somos uno. Lo mismo se lee en los Hechos de los Apóstoles: La multitud de los que habían creído tenían un solo corazón y un alma sola. Por tanto, engrandeced al Señor conmigo y ensalcemos su nombre todos juntos. Una sola cosa es necesaria: aquella unidad celeste, la unidad por la que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una sola cosa. Ved cómo se nos recomienda la unidad. Es cierto que nuestro Dios es una Trinidad. El Padre no es el Hijo, y el Hijo no es el Padre, y el Espíritu Santo no es ni el Padre ni el Hijo, sino el Espíritu de ambos. Y con todo, estas tres personas no son tres dioses, ni tres omnipotentes, sino un solo Dios omnipotente. La misma Trinidad es un solo Dios, porque una sola cosa es necesaria. Y a la consecución de esta única cosa sólo nos lleva el tener los muchos un solo corazón.
         5. Buena cosa es servir a los pobres y, sobre todo, a los santos de Dios, como obsequio de piedad. Este servicio más bien se devuelve que se da; es decir, es deuda, no dádiva, en conformidad con las palabras del Apóstol: Si hemos sembrado en vosotros bienes espirituales, ¿es gran cosa que recojamos vuestros bienes carnales? Es cosa buena; os exhortamos a ello, edificándoos con la palabra del Señor; no seáis remisos en hospedar a los santos. Hubo quienes sin saberlo, dando acogida a quienes desconocían, acogieron a ángeles. Es cosa buena ésta, pero es mejor lo que escogió María. Por necesidad aquello arrastra consigo preocupación; esto, dulzura que proviene del amor. Cuando el hombre sirve, quiere estar a todo, y a veces no puede: busca lo que le falta, prepara lo que tiene, y el alma se llena de preocupaciones. Si Marta se hubiera bastado para este servicio, no hubiera pedido la ayuda de su hermana. Muchos y diversos son estos servicios en cuanto temporales y carnales. Y aunque son cosa buena, son transitorios. ¿Qué dice el Señor a Marta? María escogió la mejor parte. Tú no la elegiste mala, pero ella la eligió mejor. Escucha por qué es mejor: Porque no le será quitada. Algún día se te quitará a ti el peso de la necesidad; la dulzura de la verdad, en cambio, es eterna. Por tanto, no se le quitará lo que eligió. No se le quitará y se le aumentará. En esta vida se aumenta, en la otra alcanzará la perfección, pero jamás se le quitará.
         6. Por lo demás, tú, Marta, con tu venia lo digo, tú que fuiste bendecida en tu servicio, buscas una recompensa, el descanso, a tu trabajo. Ahora estás ocupada en multitud de quehaceres, preocupada por alimentar cuerpos mortales, aunque sean de santos. ¿Acaso cuando llegues a la patria hallarás peregrinos a quienes hospedar, hambrientos a quienes ofrecer pan, sedientos a quienes apagar la sed, enfermos a quienes visitar, litigantes a quienes poner en paz o muertos a quienes sepultar? Nada de esto habrá allí. ¿Qué habrá, pues? Lo que eligió María. Allí, en efecto, en lugar de alimentar, seremos alimentados. Allí se hallará la plenitud y perfección de lo que aquí eligió María, migajas solamente de la opulenta mesa de la palabra del Señor. ¿Queréis saber lo que habrá allí? El mismo Señor lo dice a sus siervos: En verdad os digo que los sentará a su mesa, pasará y se pondrá a servirles. ¿Qué significa sentarse, sino estar libre de cuidados? ¿Qué significará, sino descansar?
         ¿Y cuál es el significado de pasará y se pondrá a servirle? Que primero pasa y después los sirve. Pero ¿dónde? En aquel convite celestial del cual dice: En verdad os digo que vendrán muchos de oriente y de occidente y se Sentarán con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos. Quien allí alimenta es el Señor, pero antes ha de pasar de aquí. Como sabéis, Pascua significa tránsito. Vino el Señor, obró cosas divinas y padeció cosas humanas. ¿Acaso es escupido o abofeteado todavía? ¿Es acaso coronado de espinas, flagelado, crucificado o herido con la lanza todavía? Son cosas que ya pasaron; pasó él. De idéntica manera habla el evangelista a propósito de la Pascua celebrada con sus discípulos. ¿Qué dice el Evangelio? Habiendo llegado a Jesús la hora de pasar de este mundo al Padre. Luego pasó para alimentar; sigámosle para que nos alimente.
 SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X), Sermón 103, 1-6, BAC Madrid 1983, 700-706

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