domingo, 25 de agosto de 2013

Domingo XXI (ciclo c) Mons. Domingo Castagna


25 de agosto de 2013
Lucas 13, 22-30

          Entren por la puerta estrecha. Una persona que, sin pretenderlo, asume la representación de numerosos hombres y mujeres, expone ante Jesús su angustiante inquietud: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?” (Lucas 13, 23). No sé hasta qué punto la cultura contemporánea nos autoriza formular esta trascendente cuestión. El empeño en mantenerse en las afueras de la conciencia, sin valores que la iluminen, sin estímulos espirituales que produzcan un sano equilibrio existencial, constituye el estado letárgico de grandes sectores de la sociedad. La respuesta de Jesús al angustiado interlocutor se reduce a una recomendación directa y descarnada: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán.” (Ibídem v 24). Responder a esa dramática pregunta es de vital importancia. El sacudón causado por un ocasional infortunio pone a la persona frente a sí misma y, en el mejor de los casos, acude al auxilio ofrecido por la fe. El Evangelio ofrece la sustancia de una respuesta oportuna y acertada.

          Dios da oportunidades. Mientras el letargo sea inconciencia del grave peligro parece innecesario acudir a Dios. ¡Grave error! Mucha gente es sorprendida por una muerte repentina, sin tiempo para resolver la cuestión de fondo de su efímera existencia. De todos modos, Dios, que es justo, es también compasivo. A nadie niega la oportunidad de producir un viraje que cambie su orientación y arregle su situación existencial. Es oportuno recordar la conversión “in extremis” del buen ladrón. Con ocasión del fallecimiento de una persona destacada pero alejada de la fe, me preguntaron si había orado por ella: – “Sí” – respondí al indiscreto preguntón – “y puedo repetirle la oración que por ella compuse”- : “Señor, te ruego que esta persona haya aprovechado la oportunidad que, sin ninguna duda, le has ofrecido en el último instante de su vida”. Jesús no asusta a la gente con expresiones apocalípticas, pero, tampoco disimula – para quedar bien – la brevedad cronométrica de cada historia personal. El fin se precipita, también para seres que superan los 80, 90 y 100 años. Corremos el riesgo de desaprovechar la oportunidad y perdernos: “En cuanto el dueño de la casa se levante y cierre la puerta, ustedes, desde afuera, se pondrán a golpear la puerta, diciendo: “Señor, ábrenos”. Y él les responderá: “No sé de dónde son ustedes”…”No sé de dónde son ustedes; ¡apártense de mí todos los que hacen el mal”. (Ibídem vv. 25 y 27).

          Remover y despejar el camino. El mayor mal, que crea una atmósfera nociva, es la superficialidad que colma su medida en la frivolidad imperante. La fe en Cristo exige que los valores expuestos por el Evangelio sean rectores de la vida de cada auténtico creyente. Su contrapartida es la mortal indiferencia que se ha posesionado, en la actualidad, de personas e instituciones. La predicación del Evangelio actúa de removedor de las capas espesas debajo de las cuales muchos hombres y mujeres viven sepultados. Como todo cuestionamiento molesta, hasta atraer la persecución sobre quienes deben anunciarlo: los Apóstoles y Profetas. La Iglesia está fundada sobre ellos y, heredando de ellos la doctrina y el vigor para exponerla, decide hacerse presentes en los diversos espacios de la sociedad. La firmeza de las expresiones evangélicas posee la virtud de remover y despejar el camino hacia la Verdad. Cuando las atendemos, con ánimo de aprender, no nos resultan intelectual y afectivamente indigeribles.

          La centralidad de Cristo en la JMJ. Para ello es preciso no abandonar la lucha pacífica emprendida hace dos mil años por quienes fueron y son los primeros discípulos de Jesús y las columnas firmes e indestructibles de la Iglesia. No es vano triunfalismo expresar  lo que constituye parte integral del contenido de la fe católica. Acabamos de ser testigos de manifestaciones populares inéditas en el encuentro mundial del Papa Francisco – Sucesor del Apóstol Pedro – con los jóvenes en Río de Janeiro. Esa muchedumbre de jóvenes, y no tan jóvenes, no se ha movilizado por intereses redituables económica o ideológicamente. Respondió a la fe. La figura central fue Cristo, aunque de inmediato el Papa Francisco atrajo la atención de una multitud que finalmente logró trascenderlo y concluir en Quién el Papa representa. En Jesucristo está la Verdad buscada – porque lo es – y únicamente por Él la Vida reanima el corazón más muerto.

 

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