sábado, 30 de noviembre de 2013

I domingo de adviento (ciclo a) - San Juan Crisóstomo

EL EJEMPLO DEL DILUVIO 

Y porque más cumplidamente advirtáis, por otro lado, cómo el callar el día no nació de ignorancia, considerad juntamente con lo dicho la otra señal que les pone: Como en los días de Noé las gentes comían y bebían, los hombres tomaban mujer y las mujeres marido, hasta el día en que entró Noé en el arca, y no cayeron en la cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos; así será el advenimiento del Hijo del hombre. Al decir esto, puso de manifiesto que vendrá repentinamente y sin que se le espere y cuando la mayor parte de las gentes se entregarán a sus placeres. Lo mismo dice Pablo cuando escribe: Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos la ruina. Y. para expresar lo inesperado, dice: Como sobreviene el dolor de parto a la mujer encinta. ¿Cómo, pues, dice el Señor: Después de la tribulación de aquellos días? Porque si entonces ha de haber placer, y paz, y seguridad, como Pablo dice, ¿cómo dice el Señor: Después de la tribulación de aquellos días? Si hay placer, ¿cómo tribulación? —Habrá placer y paz para los estúpidos. Por eso no dijo: “Cuando haya paz”, sino: Cuando digan: Paz y seguridad. Lo que demuestra su estupidez, como la de quienes, en tiempo de Noé, se entregaban a sus placeres entre tamaños males. No así los justos, que vivían en tribulación y tristeza. Por aquí da el Señor a entender que, a la venida del anticristo, los inicuos y desesperados de su salvación se entregarán con más furor a sus torpes placeres. Allí será de la gula, de las francachelas y borracheras. De ahí lo maravillosamente que el ejemplo conviene a la situación. Porque así como, al construirse el arca, no creían en el diluvio—dice—, sino que allí estaba ella a la vista de todos, pregonando anticipadamente los males por venir, y la gente, no obstante estarla viendo, se entregaban a sus placeres, como si nada hubiera de pasar, así ahora aparecerá, sí, el anticristo, tras el cual vendrá la consumación y los castigos que la habrán de acompañar y los tormentos insoportables; mas ellos, poseídos de la borrachera de su maldad, ni temor sentirán de lo que ha de suceder. De ahí que diga también Pablo: Como el dolor a la mujer en cinta, así sobrevendrán sobre ellos aquellos terribles e irremediables males. ¿Y por qué no habló de los males de Sodoma? —Es, que quería el Señor poner un ejemplo universal, y que, después de ser predicho, no fue creído. De ahí justamente que, como el vulgo no suele dar fe a lo porvenir, el Señor confirma por lo pasado sus palabras, a fin de sacudir el espíritu de sus discípulos. Juntamente con esto, por ahí se demuestra también haber sido Él también quien envió los anteriores castigos. Seguidamente pone otra señal, y por ella y por todas las otras queda absolutamente patente que no desconoce el día del juicio.—¿,Qué señal es ésa? -Entonces estarán dos hombres en el campo. Y uno será tomado otro será dejado; y dos mujeres darán vueltas a la piedra de moler, y una será tomada y otra será dejada, Vigilad, pues, porque no sabéis el momento en que vendrá vuestro Señor. Todo esto son pruebas de que el Señor sabía perfectamente el día, pero no queda que sus discípulos le preguntaran sobre él. Por eso citó los días de Noé; por eso habló de los dos que están en el campo, dando a entender que así de improvisamente, así de despreocupados, cogerá aquel día a los hombres. Lo mismo indica el otro ejemplo de las dos mujeres que están moliendo bien ajenas a lo que va a suceder. Y juntamente nos declara que así se toman o se dejan los que son señores como los esclavos, los que descansan como los que trabajan, los de una dignidad como los de otra. Como se dice también en el Antiguo Testamento: Desde el que está sentado en el trono hasta la esclava que da vueltas a la muela, Como había dicho antes que los ricos se salvan con dificultad, ahora nos hace ver que ni todos los ricos se pierden absolutamente, ni todos los pobres absolutamente se salvan, sino que, de entre pobres y ricos, unos se salvan y otros se pierden. Y a mi parecer, también nos indica que su venida será por la noche. Esto lo dice expresamente Lucas. Mirad cuán puntualmente lo sabe todo. Luego, otra vez, porque no le preguntaran, añadió: Vigilad, pues, porque no sabéis en qué momento ha de llegar vuestro Señor. No dijo: “Porque no sé”, sino: Porque no sabéis. Cuando ya casi los había llevado a la hora misma y puesto tocando a ella, nuevamente los aparta de toda pregunta, pues quiere que estén en todo momento alerta. De ahí que les diga: Vigilad, dándoles a entender que por eso no les había dicho el día. Por eso les dice: Comprended que, si el amo de casa hubiera sabido a qué hora de la noche iba a venir el ladrón, hubiera estado alerta y no hubiera dejado que le perforaran la casa. Por eso, estad también vosotros preparados, pues en el momento que no pensáis vendrá el Hijo del hombre. Si les dice, pues, que vigilen y estén preparados es porque, a la hora que menos lo piensen, se presentará Él. Así quiere que estén siempre dispuestos al combate y que en todo momento practiquen la virtud. Es como si dijera: Si el vulgo de las gentes supieran cuándo habían de morir, para aquel día absolutamente reservarían su fervor.

I domingo de Adciento (ciclo a) - Benedicto XVI

CELEBRACIÓN DE LAS
PRIMERAS VÍSPERAS DEL
 I DOMINGO DE ADVIENTO
HOMILÍA DE SU SANTIDAD
BENEDICTO XVI
Domingo 1 de diciembre de 2007 

Queridos hermanos y hermanas:

El Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza. Cada año, esta actitud fundamental del espíritu se renueva en el corazón de los cristianos que, mientras se preparan para celebrar la gran fiesta del nacimiento de Cristo Salvador, reavivan la esperanza de su vuelta gloriosa al final de los tiempos. La primera parte del Adviento insiste precisamente en la parusía, la última venida del Señor. Las antífonas de estas primeras Vísperas, con diversos matices, están orientadas hacia esa perspectiva. La lectura breve, tomada de la primera carta de san Pablo a los Tesalonicenses (1 Ts 5, 23-24) hace referencia explícita a la venida final de Cristo, usando precisamente el término griego parusía (v. 23). El Apóstol exhorta a los cristianos a ser irreprensibles, pero sobre todo los anima a confiar en Dios, que es «fiel» (v. 24) y no dejará de realizar la santificación en quienes correspondan a su gracia.

Toda esta liturgia vespertina invita a la esperanza, indicando en el horizonte de la historia la luz del Salvador que viene: «Aquel día brillará una gran luz» (segunda antífona); «vendrá el Señor con toda su gloria» (tercera antífona); «su resplandor ilumina toda la tierra» (antífona del Magníficat). Esta luz, que proviene del futuro de Dios, ya se ha manifestado en la plenitud de los tiempos. Por eso nuestra esperanza no carece de fundamento, sino que se apoya en un acontecimiento que se sitúa en la historia y, al mismo tiempo, supera la historia: el acontecimiento constituido por Jesús de Nazaret. El evangelista san Juan aplica a Jesús el título de «luz»: es un título que pertenece a Dios. En efecto, en el Credo profesamos que Jesucristo es «Dios de Dios, Luz de Luz».

Al tema de la esperanza he dedicado mi segunda encíclica, publicada ayer. Me alegra entregarla idealmente a toda la Iglesia en este primer domingo de Adviento a fin de que, durante la preparación para la santa Navidad, tanto las comunidades como los fieles individualmente puedan leerla y meditarla, de modo que redescubran la belleza y la profundidad de la esperanza cristiana. En efecto, la esperanza cristiana está inseparablemente unida al conocimiento del rostro de Dios, el rostro que Jesús, el Hijo unigénito, nos reveló con su encarnación, con su vida terrena y su predicación, y sobre todo con su muerte y resurrección.

La esperanza verdadera y segura está fundamentada en la fe en Dios Amor, Padre misericordioso, que «tanto amó al mundo que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16), para que los hombres, y con ellos todas las criaturas, puedan tener vida en abundancia (cf. Jn 10, 10). Por tanto, el Adviento es tiempo favorable para redescubrir una esperanza no vaga e ilusoria, sino cierta y fiable, por estar «anclada» en Cristo, Dios hecho hombre, roca de nuestra salvación.

Como se puede apreciar en el Nuevo Testamento y en especial en las cartas de los Apóstoles, desde el inicio una nueva esperanza distinguió a los cristianos de las personas que vivían la religiosidad pagana. San Pablo, en su carta a los Efesios, les recuerda que, antes de abrazar la fe en Cristo, estaban «sin esperanza y sin Dios en este mundo» (Ef 2, 12). Esta expresión resulta sumamente actual para el paganismo de nuestros días: podemos referirla en particular al nihilismo contemporáneo, que corroe la esperanza en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro de él y en torno a él reina la nada: nada antes del nacimiento y nada después de la muerte.

jueves, 28 de noviembre de 2013

Meditación para el Adviento - Card. Joseph Ratzinger

Card. Joseph Ratzinger

El siguiente texto corresponde a una homilía del Cardenal Ratzinger, en la que ensaya una reflexión sobre el Adviento, como espera, que golpea al hombre y le exige a éste audacia: la audacia de ir al encuentro de la misteriosa presencia de Dios.

 

Desde tiempos remotos la liturgia de la Iglesia ha encabezado el Adviento con un salmo en que el Adviento de Israel, la inconmensurable espera de ese pueblo, halla una expresión condensada: «Hacia ti, Señor, elevo el alma mía, en ti, mi Dios, confío» (Sal 25 [24], 1). Tal vez esta frase nos resulte trillada y gastada, puesto que ya estamos desacostumbrados a las aventuras que llevan a los hombres hacia su propia interioridad. Mientras que nuestros mapas se han hecho cada vez más completos, el interior del hombre se ha convertido cada vez más en terra incógnita, a pesar de que en él habría que hacer descubrimientos aún mayores que en el universo visible.

«Hacia ti, Señor, elevo el alma mía»: el sentido dramático que subyace en este versículo se me ha hecho consciente de manera renovada en estos días al leer el relato que publicara el escritor francés Julien Creen sobre el camino de su conversión a la Iglesia católica. Creen narra que en su juventud se hallaba atrapado por los «placeres de la carne». No tenía convicción religiosa alguna que pudiese haberle servido de contención. Y sin embargo, hay en su experiencia algo notable: de cuando en cuando entraba en una iglesia, impulsado por el anhelo -que él no se admitía a sí mismo- de verse súbitamente liberado. «No hubo milagro alguno», continúa Green, «pero sí, desde la lejanía, el sentimiento de una presencia.» Esa presencia tenía algo cálido y prometedor para él, pero todavía le molestaba la idea de que para su salvación tuviese que pertenecer, por ejemplo, a la Iglesia.

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Novena a la Virgen de la Medalla Milagrosa - Oraciones y cantos


 
Oraciones 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
 

ORACIÓN PREPARATORIA

¡Santísima Virgen María! Míranos con ojos misericordiosos a cuantos recurrimos a Vos, llenos de confianza y amor, implorando tu protección. Derrama sobre nosotros las bendiciones que has prometido a cuantos veneren tu santa Medalla. La amamos de todo corazón y tenemos la certeza de que atenderás nuestras súplicas.

La Medalla Milagrosa y Santa Catalina Laboure - Dibujos animados


martes, 26 de noviembre de 2013

Evangelii Gaudium - La alegría del Evangelio - Papa Francisco

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
EVANGELII GAUDIUM
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO

A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A LOS FILES LAICOS
SOBRE
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
EN EL MUNDO ACTUAL

ÍNDICE
I.  Alegría que se renueva y se comunica [2-8]
II.  La dulce y confortadora alegría de evangelizar [9-13]
Una eterna novedad [11-13]
III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe [14-18]
Propuesta y límites de esta Exhortación [16-18]

Capítulo primero
La transformación misionera de la Iglesia
I.  Una Iglesia en salida [20-24]
Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar [24]
II.  Pastoral en conversión [25-33]
Una impostergable renovación eclesial [27-33]
III.  Desde el corazón del Evangelio [34-39]
IV. La misión que se encarna en los límites humanos [40-45]
V. Una madre de corazón abierto [46-49]

Capítulo segundo
En la crisis del compromiso comunitario
I. Algunos desafíos del mundo actual [52-75]
No a una economía de la exclusión [53-54]
No a la nueva idolatría del dinero [55-56]
No a un dinero que gobierna en lugar de servir [57-58]
No a la inequidad que genera violencia [59-60]
Algunos desafíos culturales [61-67]
Desafíos de la inculturación de la fe [68-70]
Desafíos de las culturas urbanas [71-75]
II. Tentaciones de los agentes pastorales [76-109]
Sí al desafío de una espiritualidad misionera [78-80]
No a la acedia egoísta [81-83]
No al pesimismo estéril [84-86]
Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo [87-92]
No a la mundanidad espiritual [93-97]
No a la guerra entre nosotros [98-101]
Otros desafíos eclesiales [102-109]

Capítulo tercero
El anuncio del Evangelio
I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio [111-134]
Un pueblo para todos [112-114]
Un pueblo con muchos rostros [115-118]
Todos somos discípulos misioneros
[119-121]
La fuerza evangelizadora de la piedad popular [122-126]
Persona a persona [127-129]
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora [130-131]
Cultura, pensamiento y educación [132-134]
II. La homilía [135-144]
El contexto litúrgico [137-138]
La conversación de la madre [139-141]
Palabras que hacen arder los corazones [142-144]
III. La preparación de la predicación [145-159]
El culto a la verdad [146-148]
La personalización de la Palabra [149-151]
La lectura espiritual [152-153]
Un oído en el pueblo [154-155]
Recursos pedagógicos [156-159]
IV. Una evangelización para la profundización del kerygma [160-175]
Una catequesis kerygmática y mistagógica [163-168]
El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento [169-173]
En torno a la Palabra de Dios [174-175]

Capítulo cuarto
La dimensión social de la evangelización
I. Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma [177-185]
Confesión de la fe y compromiso social [178-179]
El Reino que nos reclama [180-181]
La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales [182-185]
II.  La inclusión social de los pobres [186-216]
Unidos a Dios escuchamos un clamor [187-192]
Fidelidad al Evangelio para no correr en vano [193-196]
El lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios [197-201] 
Economía y distribución del ingreso
[202-208]
Cuidar la fragilidad
 [209-216]
III.  El bien común y la paz social [217-237]
El tiempo es superior al espacio [222-225]
La unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]
La realidad es más importante que la idea [231-233]
El todo es superior a la parte [234-237]
IV.  El diálogo social como contribución a la paz [238-258]
El diálogo entre la fe, la razón y las ciencias [242-243]
El diálogo ecuménico [244-246]
Las relaciones con el Judaísmo [247-249]
El diálogo interreligioso [250-254]
El diálogo social en un contexto de libertad religiosa [255-258]

Capítulo quinto
Evangelizadores con Espíritu
I. Motivaciones para un renovado impulso misionero [262-283]
El encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva [264-267]
El gusto espiritual de ser pueblo [268-274]
La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu [275-280]
La fuerza misionera de la intercesión [281-283]
II. María, la Madre de la evangelización [284-288]
El regalo de Jesús a su pueblo [285-286]
La Estrella de la nueva evangelización [287-288]


lunes, 25 de noviembre de 2013

Cristo es el centro de todo - Papa Francisco

SANTA MISA DE CLAUSURA
DEL AÑO DE LA FE
EN LA SOLEMNIDAD DE
 NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO
REY DEL UNIVERSO
HOMILÍA DEL
SANTO PADRE
FRANCISCO
Domingo 24 de
noviembre de 2013 

La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón.

Dirijo también un saludo cordial y fraterno a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto precio.

Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.

Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está en el centro, Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.

El progresismo adolescente niega la fidelidad al Señor y lleva a la apostasía - Papa Francisco

PAPA FRANCISCO
MISA MATUTINA EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS
SANCTAE MARTAHE
La fidelidad a Dios
no se negocia
Lunes 18 de noviembre de 2013 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 47, viernes 22 de noviembre de 2013 

Existe una insidia que recorre el mundo. Es la «globalización de la uniformidad hegemónica» caracterizada por el «pensamiento único», a través del cual, en nombre de un «progresismo adolescente», no se duda en negar las propias tradiciones y la propia identidad. Lo que nos debe consolar es que, sin embargo, ante nosotros está siempre el Señor fiel a su promesa, que nos espera, nos ama y nos protege. En sus manos iremos seguros en todo camino. Es ésta es la reflexión propuesta por el Papa Francisco el lunes 18 de noviembre. Concelebró con él el arzobispo Pietro Parolin, secretario de Estado, que ese día iniciaba su servicio en el Vaticano.

El Pontífice comenzó su reflexión comentando la lectura tomada del primer libro de los Macabeos (1, 10-15; 41-43; 54-57; 62-64), «una de las páginas más tristes de la Biblia», dijo, donde se habla de «una buena parte del pueblo de Dios que prefiere alejarse del Señor ante una propuesta de mundanidad». Se trata, indicó el Papa, de una actitud típica de la «mundanidad espiritual que Jesús no quería para nosotros. En tal medida que había orado al Padre a fin de que nos salvase del espíritu del mundo».

Esta mundanidad nace de una raíz perversa, «de hombres malvados capaces de una persuasión inteligente: “Vayamos y pactemos con las naciones vecinas. No podemos estar aislados” ni anclados en las viejas tradiciones. “Pactemos con las naciones vecinas, pues desde que nos hemos aislado de ellas nos han venido muchas desgracias”». Este modo de razonar, recordó el Papa, se consideró tan bueno que algunos «tomaron la iniciativa y acudieron al rey, a tratar con el rey, a negociar». Esos, añadió, «estaban entusiasmados, creían que con esto la nación, el pueblo de Israel se convertiría en un gran pueblo». Cierto, destacó el Pontífice, no se plantearon el problema si sería más o menos justo asumir esta actitud progresista, entendida como un ir adelante a toda costa. Es más, decían: «No nos cerramos. Somos progresistas». Es un poco como sucede hoy, indicó el Obispo de Roma, con la afirmación de lo que definió como «el espíritu del progresismo adolescente» según el cual, ante cualquier opción, se piensa que sea justo en cualquier caso ir adelante más bien que permanecer fieles a las propias tradiciones. «Esta gente —prosiguió el Papa volviendo al relato bíblico— trató con el rey, negoció. Pero no negoció costumbres... negoció la fidelidad al Dios siempre fiel. Y esto se llama apostasía. Los profetas, en referencia a la fidelidad, la llaman adulterio, un pueblo adúltero. Jesús lo dice: “generación adúltera y malvada” que negocia una cosa esencial al propio ser, la fidelidad al Señor». Tal vez no negocian algunos valores, a los cuales no renuncian; pero se trata de valores, indicó el Pontífice, que al final están tan vacíos de sentido que quedan sólo como «valores nominales, no reales».

Solemnidad de Cristo Rey (ciclo c) Guión Litúrgico

Entrada:
Con la solemnidad de Cristo Rey, finalizamos el año litúrgico, manifestando con esta celebración nuestro reconocimiento de Jesucristo como Rey del Universo, y recordando que es misión de la Iglesia anunciarlo y establecerlo en medio de los pueblos. Para iniciar el Santo Sacrificio de la Misa nos ponemos de pie y cantamos…

sábado, 23 de noviembre de 2013

Solemnidad de Cristo Rey (ciclo c ) Catena Aurea

Lucas 23,35-43
Mas Jesús decía: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen". Y dividiendo sus vestidos echaron suertes. Y el pueblo estaba mirando y los príncipes, juntamente con él, le denostaban y le decían: "A otros hizo salvos, sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios". Le escarnecían también los soldados, acercándose a El, presentándole vinagre, y diciéndole: "Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo".
Había también sobre El un título escrito en letras griegas, latinas y hebraicas: "Este es el rey de los judíos". Y uno de aquellos ladrones que estaban colgados, le injuriaba diciendo: "Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros". Mas el otro, respondiendo, le reprendió en esta forma: "Ni aún tú temes a Dios, estando en el mismo suplicio: y nosotros en verdad por nuestra culpa, porque recibimos lo que merecen nuestras obras; mas éste, ningún mal ha hecho". Y decía a Jesús: "Señor, acuérdate de mí cuando vinieres a tu reino". Y Jesús le dijo: "En verdad te digo, que hoy serás conmigo en el paraíso".

Teofilacto
Esto lo hacían por burla: porque ¿cuándo los príncipes así obraban, qué había de hacer el vulgo? Prosigue: "Y el pueblo estaba (el que había pedido su crucifixión) mirando (esto es, el fin), y los príncipes, juntamente con él, le denostaban".

San Agustín De conc. evang. lib. 3, cap. 13
Dijo príncipes, y no añadió "de los sacerdotes", comprendiendo así a todos los que eran jefes, y así iban incluidos también los escribas y los ancianos.

Beda
Los que aún contra su voluntad confiesan que ha salvado a otros. Prosigue: "Y decían: a otros hizo salvos; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo, el escogido de Dios".

San Atanasio ut supra
No salvándose a sí mismo, sino salvando a sus creaturas, era como quería el Señor ser reconocido por Salvador: el médico no se llama de este modo cuando se cura a sí mismo, sino cuando cura a los demás. De este modo es considerado el Señor como Salvador, cuando El no necesitaba de salvación. Tampoco quería ser reconocido como tal bajando de la cruz, sino muriendo: mucho mayor es el mérito de la muerte del Salvador, respecto de los hombres, que si entonces hubiere bajado de la cruz.

Solemnidad de Cristo Rey (ciclo c) Juan Pablo II

MISA PARA LOS LAICOS
DE LA DIÓCESIS DE ROMA
QUE TRABAJAN EN
EL APOSTOLADO

HOMILÍA DEL SANTO PADRE
JUAN PABLO II

Solemnidad de Cristo Rey
Domingo 23 de noviembre de 1980

1. Regnavit a ligno Deus!

El texto evangélico de San Lucas, que se acaba de proclamar, nos lleva con el pensamiento a la escena altamente dramática que se desarrolla en el "lugar llamado Calvario" (Lc 23, 33) y nos presenta, en torno a Jesús crucificado, tres grupos de personas que discuten diversamente sobre su "figura" y sobre su "fin". ¿Quién es en realidad el que está allí crucificado? Mientras la gente común y anónima permanece más bien incierta y se limita a mirar, los príncipes, en cambio se burlaban, diciendo: A otros salvó, sálvese a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido". Como se ve, su arma es la ironía negativa y demoledora. Pero también los soldados —el segundo grupo lo escarnecían y, como en tono de provocación y desafío, le decían: "Si eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo", partiendo, quizá, de las palabras mismas de la inscripción, que veían puesta sobre su cabeza. Estaban, además, los dos malhechores, en contraste entre sí, al juzgar al compañero de pena: mientras uno, blasfemaba de él, recogiendo y repitiendo las expresiones despectivas de los soldados y de los jefes, el otro declaraba abiertamente que Jesús "nada malo había hecho" y, dirigiéndose a El, le imploraba así: "Señor, acuérdate de mí, cuando estés en tu reino".

He aquí como, en el momento culminante de la crucifixión, precisamente cuando la vida del Profeta de Nazaret está para ser suprimida, podemos recoger, incluso en lo vivo de las discusiones y contradicciones, estas alusiones arcanas al rey y al reino.

2. Esta escena os es bien conocida, hermanos e hijos queridísimos, y no necesita otros comentarios. Pero es muy oportuno y significativo y, diría, es muy justo y necesario que esta fiesta de Cristo-Rey se enmarque precisamente en el Calvario. Podemos decir, sin duda, que la realeza de Cristo, como la celebramos y meditamos también hoy, debe referirse siempre al acontecimiento que se desarrolla en ese monte, y debe ser comprendida en el misterio salvífíco, que allí realiza Cristo: me refiero al acontecimiento y al misterio de la redención del hombre. Cristo Jesús —debemos ponerlo de relieve— se afirma rey precisamente en el momento en que, entre los dolores y los escarnios de la cruz, entre las incomprensiones y las blasfemias de los circunstantes, agoniza y muere. En verdad, es una realeza singular la suya, tal que sólo pueden reconocerla los ojos de la fe: Regnavit a ligno Deus!

Solemnidad de Cristo Rey (ciclo c) San Agustín

El buen ladrón 

               El Señor Jesús fue colgado en la cruz, los judíos blasfemaban, los príncipes de los sacerdotes se burlaban, y cuando la sangre de la víctima caída bajo los golpes, todavía no se había secado, el ladrón le rindió  homenaje, mientras otros movían la cabeza diciendo: ¡Si tú eres el Hijo de Dios, sálvate a ti mismo! (Mateo 27, 10).

               Jesús no respondía  y justo manteniéndose en silencio, Él castiga a los malvados. Pero para vergüenza de los judíos, el Salvador habla a un hombre que iba a salir  en defensa de Su causa, un hombre que no es más que un ladrón, crucificado como Él, pues dos ladrones fueron crucificados con Él, uno a la derecha el otro a su izquierda. Entre ellos se encontraba el Salvador. Era como una balanza perfectamente equilibrada, en la que un platillo elevaba al ladrón creyente, el otro platillo ponía en lo bajo al ladrón incrédulo, que lo insultaba a su izquierda. El de la derecha se humilla profundamente: se tiene por culpable ante el tribunal de su propia conciencia, se vuelve,  en la cruz, su propio juez, y su confesión le hace ser su propio médico. Éstas son sus primeras palabras dirigiéndose al otro ladrón: “¿Ni siquiera temes tú?” (Lucas 23, 40).

               ¿Qué te pasa ladrón? Hasta hace poco eras un ladrón, ¡ahora reconoces a Dios! Hace poco eras un asesino, ¡ahora crees en Cristo!

               ¡Dinos ladrón, el mal que has hecho, dinos el bien que has visto hacer al Salvador!

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Aprieta - Fábula del P. Leonardo Castellani

APRIETA
P. Leonardo Castellani
En “Camperas” 

Se agarraron al fin en una mañana tostada por un sol de enero, se agarraron como todo el mundo en el ribazo sabía que se te­nían que agarrar, hasta el infelicísimo, el distraidísmo Tatú.

-¿Sabe que su amiga, compadre Apereá, la-que-refala-sin-ruido, está buscando y me parece que va a encontrar?

-¡Por amor de Dios, hable bajo! -dijo el Cobaya, que tiembla de oír solamente el nombre de la venenosa.

-Yo no le tengo miedo, aunque tampoco la trato -dijo el Cascarudo-; pero me parece que la Iguana Verde le va a dar el vuelto.

-¡Ojalá Dios quiera! -silbó arriba el Cachilo-, ¡ojalá la mate! La Igua­na es mi amiga... No puede subir a los árboles. Pero temo que no la pueda.

-¡Amalaya se coman las dos! -dijo el pobre Cobaya palpitante.

-Amén, compadre. Pelearse se tienen que pelear, porque el ribazo es chico para dos matreros de esa ralea que comen los dos lo mismo y no poco cada día -dijo Tatú Mulita.

-¡Cristo, allá están! -gritó el Conejito de Indias, hundiéndose como un rayo en su cueva, porque se oyó a lo lejos el matraqueo siniestro y furioso del crótalo de la víbora.

Se habían agarrado. Sobre la curva sinuosa y parda de un caminito de perdiz venía el Lagarto corriendo un ratón; estaba la Cascabel ace­chando una rana, y se toparon. Ninguno de los dos iba a torcer, ningu­no de los dos iba a retroceder. ¿Podían retroceder? La Cascabel esta­ba enroscada en una negra bola repugnante, resorte tensionado y po­tentísimo que arrojaría su cabeza chata como un lanzazo sobre su ene­migo, así éste moviese no más un ojo; la Iguana, aplastado el cuerpo contra el polvo y estremecida en convulsiones de ira, saltaría fulmi­nante sobre su nuca, al primer descuido de la guardia. Parecía que ninguno de los dos se movía; y sin embargo la Víbora se contraía y re­plegaba todavía más, hinchándose su cuerpo negruzco como un bra­zo que hace fuerza; y la boca abierta y feroz del Lagarto se iba aproxi­mando imperceptible, línea por línea, punto por punto, con precau­ción infinita, jadeante, crispada...

¿Cuál de los dos ha saltado? Tan fulmíneo ha sido el golpe que el ojo más sutil no hubiera podido distinguirlo. Ha sido un mescolarse instantáneo de miembros, escamas, anillos, colas que golpean furiosas, patas verdes que arañan, vientres blancos, lazos mortíferos que se anudan, cuellos que forcejean, un solo monstruo disforme y proteico que agoniza frenético revolcándose en el polvo...

"La verdad del amor humano. Orientaciones sobre el amor conyugal, la ideología de género y la legislación familiar" - Conferencia Episcopal Española

Introducción

1. El Concilio Vaticano II, de cuyo inicio celebraremos el 50º aniversario el próximo 11 de octubre, trató con particular atención del matrimonio y la familia[1], y recordó a todos que «una misma es la santidad que cultivan, en los múltiples géneros de vida  y ocupaciones, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios»[2]. En este mismo sentido, hace treinta años el papa Juan Pablo II, tras el Sínodo de Obispos sobre la misión de la familia, promulgó la exhortación apostólica Familiaris consortio (1981). Los obispos españoles, siguiendo las directrices de esta carta magna de la pastoral familiar, publicamos posteriormente los documentos: La Familia, Santuario de la Vida y Esperanza de la Sociedad (2001) y el Directorio de la Pastoral Familiar en España (2003). Con ellos, se pretendía aplicar en nuestras diócesis las enseñanzas y orientaciones pastorales del pontífice sobre el matrimonio y la familia.

2. La Conferencia Episcopal Española llamaba la atención sobre las nuevas circunstancias en las que se desarrollaba la vida familiar, y la presencia en la legislación española de presupuestos que devaluaban el matrimonio, causaban la desprotección de la familia y llevaban a una cultura que, sin eufemismos, podía calificarse como una “cultura de la muerte”. De manera particular se querían poner de manifiesto las consecuencias sociales de una cultura anclada en la llamada revolución sexual, influida por la ideología de género, presentada jurídicamente como “nuevos derechos” y difundida a través de la educación en los centros escolares.

3. El tiempo transcurrido permite, ciertamente, advertir que, desde entonces, no son pocos los motivos para la esperanza. Junto a otros factores se advierte, cada vez más extendida en amplios sectores de la sociedad, la valoración positiva del bien de la vida[3] y de la familia; abundan los testimonios de entrega y santidad de muchos matrimonios y se constata el papel fundamental que están suponiendo las familias para el sostenimiento de tantas personas, y de la sociedad misma, en estos tiempos de crisis. Además cabe destacar las multitudinarias manifestaciones de los últimos tiempos en favor de la vida, las Jornadas de la Familia, el incremento de los objeciones de conciencia por parte de los profesionales de la medicina que se niegan a practicar el aborto, la creación por ciudadanos de redes sociales en defensa del derecho a la maternidad, etc. Razones para la esperanza son también las reacciones de tantos padres ante la ley sobre “la educación para la ciudadanía”. Con el recurso a los Tribunales han ejercido uno de los derechos que, como padres, les asiste en el campo de la educación de sus hijos. Hemos de reconocer que a la difusión de esta conciencia ha contribuido grandemente la multiplicación de movimientos y asociaciones a favor de la vida y de la familia.

4. Estas luces, sin embargo, no pueden hacernos olvidar las sombras que se extienden sobre nuestra sociedad. Las prácticas abortivas, las rupturas matrimoniales, la explotación de los débiles y de los empobrecidos –especialmente niños y mujeres–, la anticoncepción y las esterilizaciones, las relaciones sexuales prematrimoniales, la degradación de las relaciones interpersonales, la prostitución, la violencia en el ámbito de la convivencia doméstica, las adicciones a la pornografía, a las drogas, al alcohol, al juego y a internet, etc., han aumentado de tal manera que no parece exagerado afirmar que la nuestra es una sociedad enferma. Detrás, y como vía del incremento y proliferación de esos fenómenos negativos, está la profusión de algunos mensajes ideológicos y propuestas culturales; por ejemplo, la de la absolutización subjetivista de la libertad que, desvinculada de la verdad, termina por hacer de las emociones parciales la norma del bien y de la moralidad. Es indudable también que los hechos a que aludimos se han visto favorecidos por un conjunto de leyes que han diluido la realidad del matrimonio y han desprotegido todavía más el bien fundamental de la vida naciente[4].

5. Ante estas nuevas circunstancias sociales queremos proponer de nuevo a los católicos españoles y a todos los que deseen escucharnos, de manera particular a los padres y educadores, los principios fundamentales sobre la persona humana sexuada, sobre el amor esponsal propio del matrimonio y sobre los fundamentos antropológicos de la familia. Nos mueve también el deseo de contribuir al desarrollo de nuestra sociedad. De la autenticidad con que se viva la verdad del amor en la familia depende, en última instancia, el bien de las personas, quienes integran y construyen la sociedad.

1. La verdad del amor, un anuncio de esperanza

a) El amor de Dios, origen de todo amor humano

6. «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él» (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la primera carta del apóstol san Juan, expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana[5]. Dios ha elegido la vía maestra del amor para revelarse a los hombres. El amor posee una luz y da una capacidad de visión que hace percibir la realidad de un modo nuevo.

7. El origen del amor, su fuente escondida, se encuentra en el misterio de Dios. Los relatos de la creación son un testimonio claro de que todo cuanto existe es fruto del amor de Dios, pues Dios ha querido comunicar a las creaturas su bondad y hacerlas partícipes de su amor. «Dios es en absoluto la fuente originaria de cada ser, pero este principio creativo de todas las cosas  –el Logos, la razón primordial– es al mismo tiempo un amante con toda la pasión de un verdadero amor»[6]. De un modo totalmente singular lo es respecto del hombre. Entre todos los seres de la creación visible, solo él ha sido creado para entablar con Dios una historia de amor. Solo él ha sido llamado a entrar en su divina intimidad.

lunes, 18 de noviembre de 2013

La sacralidad de la vida humana – Card. Joseph Ratzinger

La fe no hace sino despertar la razón que duerme o está cansada. En este punto no se le añade nada extraño desde fuera, sino que es llamada simplemente a sí misma. 

Para hacer frente adecuadamente al problema de las amenazas contra la vida humana y para encontrar el modo más eficaz de defenderla contra ellas, debemos ante todo verificar los componentes esenciales, positivos y negativos, del debate antropológico actual.
  
1. El problema de las amenazas a la vida humana

A) Fundamentos bíblicos

El dato esencial del que hay que partir es y sigue siendo la visión bíblica del hombre, formulada ejemplarmente en los relatos de la creación. La Biblia define con dos trazos el ser humano, su esencia, que precede la historia y no se pierde nunca en ella:

1. El hombre es creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1, 26); el segundo relato de la creación expresa la misma idea diciendo que el hombre, tomado del polvo, lleva en sí el soplo divino de la vida. El hombre se caracteriza por su relación inmediata con Dios, propia de su ser; el hombre es «capax Dei» y por eso está bajo la protección personal de Dios, es algo «sagrado»: «Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre» (Gn 9, 6). Ésta es una sentencia apodíctica del derecho divino que no tolera excepciones: la vida humana es intocable porque es propiedad divina.

2. Todos los hombres son un sólo hombre porque provienen de un único padre, Adán, y de una única madre, Eva, «madre de todos los vivientes» (Gn 3, 20). Esta unicidad del género humano, que implica la igualdad, los mismos derechos fundamentales para todos, es solemnemente repetida y re-inculcada después del diluvio. Para afirmar nuevamente el origen común de todos los hombres, el capitulo 10 del Génesis describe ampliamente el origen en Noé de toda la humanidad: «Estos tres fueron los hijos de Noé, y a partir de ellos se pobló toda la tierra» (Gn 9, 19).
Los dos aspectos, dignidad del ser humano y unicidad de su origen y destino, encuentran confirmación definitiva en la figura del segundo Adán, Cristo: el Hijo de Dios ha muerto por todos, para reunir a todos en la salvación definitiva de la filiación divina. Aparece así con la máxima claridad la común dignidad de todos los hombres: «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28).
Este anuncio bíblico, idéntico de la primera a la última página, es el bastión de la dignidad y de los derechos humanos: es la gran herencia de auténtico humanismo confiada a la Iglesia, cuyo deber es encarnar dicho anuncio en todas las culturas, en todos los sistemas sociales y constitucionales.

Vistas de página en total

contador

Free counters!