sábado, 7 de diciembre de 2013

La verdadera doctrina de la Inmaculada Concepción de María, Pío IX la definió y la misma Virgen María la confirmará no muchos años después - Mons. Adriano Bernardini

150 años del Dogma de la Inmaculada Concepción
Monseñor Adriano Bernardini

Homilía de monseñor Adriano Bernardini, nuncio Apostólico en la Argentina, durante la celebración eucarística por los 150 años del dogma de la Inmaculada Concepción en Concepción del Uruguay, Entre Ríos, Argentina, 8 de diciembre de 2004 
Sr. Obispo, autoridades civiles, queridos padres y hermanas y todos vosotros: 
Es comunión de alegría que me encuentro hoy entre ustedes para la celebración de la fiesta de la Inmaculada Concepción y además para festejar los 150 años de la proclamación de este dogma. 
El Papa Pío IX fue quien concluyó y definió esta verdad que había comenzado a ser afirmada por San Agustín en el siglo V. 
El estudio de San Agustín al respecto había sido ocasionado por Juliano de Granada, amigo y secuaz de Pelagio, el cual reprochaba al obispo de Hipona la teoría de la universalidad del pecado original. Si así era, según la opinión de Juliano, también María habría tenido que someterse a esta realidad del pecado original. Agustín rechazó inmediatamente la enseñanza de Juliano dando empuje a la doctrina sobre la Inmaculada Concepción. 
La verdadera doctrina de María, como ya dije, Pío Nono la definió y la misma Virgen María la confirmará no muchos años después a Bernardette Subiroux en la gruta de Masaviela en Lourdes, presentándose como la Inmaculada Concepción a ella Bernardette que ni siquiera sabía qué podía significar “Inmaculada Concepción”.
Permitidme ahora un breve comentario al trozo del Evangelio que nos habla de la anunciación, es decir de la vocación de la Virgen. 
“Y el Ángel entró en la casa de María y la saludó”. Si quisiéramos resumir cuánto ha sucedido en el ocultamiento de Nazareth con una noticia descarnada reducida a lo esencial según el estilo evangélico deberíamos transmitir: una criatura ha dicho sí al creador, una criatura se dejó encontrar en una cita con Dios.
No nos es desconocido, en efecto, otro pasaje de la Biblia: “el Señor llamó al hombre y le dijo ¿dónde estás?, y él le respondió “he oído tus pasos en el jardín y me he escondido”. Miren las dos posiciones de estas dos criaturas: la Virgen contesta inmediatamente con un sí y de otra parte el hombre que había dicho no, se escondió a la mirada de Dios. 

Dios ha encontrado así alguien que dice sí. Dios ha encontrado sobre todo una criatura que está dispuesta a recibir antes que a dar. Una criatura libre de preocupaciones egoístas, vacía de si, que ha facturado el orgullo, repudiado el amor propio.
Muchos bautizados se muestran obsesionados por aquello que deben hacer por el Señor. En cambio la Virgen ha intuido que la primera cosa que debe hacer un creyente es dejar hacer a Dios, dejarse hacer por Él, recibir de Él, abandonarse al poder del Espíritu. 
Miren nuestra posición de criaturas, de bautizados. Dios se hace presente en cualquier momento y frente a nosotros para ofrecer el plan de salvación. Necesita un simple sí por nuestra parte. Y nosotros no somos capaces de decir este sí. 
Y miren, este sí no es un sí que nosotros tenemos que enfrentar un martirio, no. Es el sí de cada momento. Es en cada momento que nosotros construimos nuestra santidad, es un sí generoso, en la simplicidad. Esto es lo que quiere Dios de nosotros. 
Maravillosas todas estas demostraciones que nos damos a la Virgen y a Dios. Pero si en cada momento de nuestra vida nosotros no entendemos que no somos capaces de dar este sí, nuestra vida cristiana, nuestro bautismo, sabe de muy poco. 
En esta manera nosotros no somos capaces de construir una sociedad cristiana, una sociedad católica. 
“Te saludo llena de Gracia”. Observen ustedes un particular. El ángel no la ha llamado por su nombre María. La interpeló con el nombre nuevo dado por Dios “llena de Gracia”. La palabra griega es casi intraducible y normalmente se traduce como colmada de gracia. Pienso, sin embargo, que por todo el contexto se podría decir también la “contemplada por Dios”. Dios es el que se baja enfrente a esta criatura, así como la creada, y mira a esta criatura como nosotros la veneramos y se queda como entusiasmado, maravillado de lo que ha hecho. Si aquella sobre la cual se ha posado la mirada de Dios, María es contemplada para ser templo viviente de su presencia en el mundo, todo se explica en vista de la encarnación. La Virgen debía acoger al Verbo en su propio cuerpo. La realidad de Dios hasta que no llegó a encontrar una madre era como un reo en exilio, un extranjero sin ciudad. Solamente porque María en su soberana libertad ha aceptado la propuesta del Ángel, Dios ha podido asumir la carne, volver a entrar en el centro de la creación, recrear el mundo desde adentro. 
Miren, nuestro sí, que en medio de millones y millones de posibles sí podría significar un nada, es una pequeña parte de este maravilloso plan de salvación que Dios ha prefijado desde el comienzo de los siglos. Y solamente si nosotros cumplimos con este sí, este maravilloso designio de amor que Dios ha creado con el plan de salvación, va a realizarse. 
Y si nosotros convertimos a este sí con un no, este maravilloso plan que María ha realizado en su totalidad, no va a realizarse. 
Un último trecho del Evangelio, tal vez el más importante: “Y el Ángel la dejó”. Al término de la narración ustedes han escuchado estas simples palabras. “El Ángel la dejó”. 
Este particular de la página de Lucas sobre la Anunciación siempre nos sorprende. Ciertamente no es un fin alegre. Más bien es un fatigoso y penoso comienzo. María queda sola. Y nunca más una comunicación extraordinaria. Nunca más un mensaje que le de seguridad y le elimine las dudas. El camino lo debe recorrer con la ayuda de la propia fe, la propia fe. 
Es verdad, somos hombres y queremos conocer todo. Enfrente a la fe estamos como enfrente a algo que no podemos entender. Y si nosotros queremos entender todo no tenemos más fe y no podremos realizar nunca el plan de Dios. 
Nosotros somos seres finitos y no podemos entender un ser infinito. No tenemos que hacer una rebelión enfrente a cosas que no entendemos. Solamente si tenemos esta fe que transporta las montañas nosotros podremos realizar y realizarnos como cristianos, como bautizados. Y María se realizó sin la ayuda del Ángel. El Ángel salió de su casa y ella continuó su vida de cada día. El Ángel ha agotado su deber, ha terminado de hablar y ahora en adelante la Virgen deberá interrogar a los acontecimientos diarios para saber alguna cosa, como todos los mortales. Y cada vez que diga sí, aún antes de haber comprendido, profundizará el misterio de la propia existencia. Y por cada sí hay una aumento de conocimiento. 
Miren, nosotros conocemos el misterio, si así podemos decir, a través de una continua realización de la voluntad de Dios. El sí anticipa la explicación y por lo tanto el abandono confiado antecede al razonamiento, la acogida antecede a la investigación. No podemos investigar sobre lo que nosotros no podemos comprender. El camino se conoce recorriéndolo con nuestra vida vivida cada día. 
Otros conocimientos nosotros los aprendemos leyendo o estudiando, la fe se aumenta viviéndola. La fe no es algo que entra en la razón. La fe entra en la vida y si nosotros vivimos nuestra fe, nosotros podemos entrar en esta vida grande, maravillosa de Dios como lo hizo la Virgen María. La verdad se encuentra haciéndola, he aquí la paradoja que mide el itinerario de la fe en la Biblia y que la Virgen ha vivido hasta extremas consecuencias.
Regresamos a nuestras casas, llevamos con nosotros esta enseñanza, esta fe de la Virgen, ver en cada acontecimiento la mano de Dios. Repito, solamente en esta manera nosotros entenderemos algo de la fe, porque tenemos el coraje de vivirla.
Y no puedo concluir estas palabras sin expresar el aprecio y la gratitud del Santo Padre hacia su querido obispo Luis Guillermo, vuestro obispo. Hijo de esta diócesis, desde hace más de siete años en su guía. El se ha encariñado con ustedes y ustedes con él. Ahora el Santo Padre le pide el sacrificio de dejar su tierra, como hizo con Abraham para una misión ciertamente más difícil que la presente. Acepten la voluntad del Santo Padre con la misma serenidad con la cual la aceptado él mismo. Expresémosle gratitud orando por él y orando por el que tiene que venir. 
Miren, cada Iglesia tiene el obispo que se merece, tiene el pastor que se merece, ahora ustedes pueden escoger algo de bueno si rezan, no si comentan o criticas, si ustedes rezan por el nuevo obispo. Para que sea un obispo no solo bueno sino un obispo santo. Y que la Inmaculada Concepción acompañe al actual y al futuro como también acompañe a todos ustedes y a sus familias. 
Muchas gracias por vuestra paciente atención.

Mons. Adriano Bernardini, Nuncio Apostólico

 

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