lunes, 17 de marzo de 2014

El abandono de los Sagrarios acompañados (13) - Beato Manuel González García

XIII. El abandono de la liturgia de la Sagrada Comunión
 
De cómo la participación litúrgica de la santa Misa, incluye la mejor preparación y acción de gracias de la sagrada Comunión
Apuro es, y grande, para no pocos cristianos acertar en qué pueden emplear la media hora de la Misa, para no aburrirse en ella.
De ahí ese afán de rellenarla con devociones particulares, lecturas de oraciones, etc. Y cuenta que aquí no hablo más que de los buenos asistentes a Misa, y no de los distraídos, aburridos, charlatanes, provocadores asistentes a no pocas Misas, singularmente de días de precepto o de difuntos.
Un conocimiento, siquiera rudimentario, de la liturgia de la santa Misa, evitaría todos aquellos afanes por buscar rellenos píos a una media hora tan rebosante de misterios, enseñanzas y utilísimas atracciones y ocupaciones del espíritu cristiano 1.
¡Cuánto mejor asistir a la Misa siguiendo la ordenación litúrgica y comulgar en ella!
Con la atinadísima y razonable distribución litúrgica de la Misa ante la mente y dando de lado a otros libros y devociones, por buenos que sean, para sus tiempos y oportunidades, póngase el asistente al santo Sacrificio, a purificarse, iluminarse, entregarse, inmolarse, unirse y agradecer sucesivamente con la santa madre la Iglesia militante, que es la principal oferente, y el sacerdote celebrante. Comulgue cuando llegue su momento sólo con las disposiciones que el paso de esas consideraciones haya dejado en su alma y, ¡buena Comunión hará, a fe mía, y muy a gusto del Corazón de Jesús y de su Iglesia santa!
 
La Comunión en la Misa parroquial
Y sube de punto el encarecimiento del fruto de esas disposiciones, si la Misa en la que se participa es la comunitaria que el párroco cada domingo y día festivo, celebra precisamente por su pueblo, y en la que éste toma parte activa, como quiere la Iglesia.
¡Qué hermosa y viva representación en la unidad, santidad y catolicidad de la Iglesia es esa unión y colaboración activa de los fieles con su pastor en el acto central y esencial del culto, el ofrecimiento del Sacrificio de la mayor gloria de Dios, y en la participación del mismo por la Comunión, que es la mayor gracia de Dios!
Asistan todos los más feligreses que puedan: altos y bajos, ocupados y desocupados, a su Misa parroquial. Canten en ella. Adornénse y llénense de la purificación de las faltas propias; iluminación por la predicación de los enviados de Dios; entrega de todo lo propio; inmolación del corazón y de la vida con Jesús inmolado; unión por la Comunión y agradecimiento del Sacrificio y de su participación, que enseña y practica su liturgia, y la comunidad cristiana dará pasos de gigante, no sólo en la perfección individual, sino en la paz, caridad y justicia sociales.
 
El tiempo de comulgar
Como aquí no me dirijo exclusiva ni principalmente a sacerdotes, dicho se está que no he de ocuparme en las ceremonias y ritos con que aquéllos deben administrar el augusto Sacramento.
A los fieles en general me dirijo, y sólo pretendo recordarles e inculcarles lo que de la sagrada liturgia eucarística a ellos atañe y está más olvidado y singularmente sobre el tiempo y el modo de comulgar.
Si se trae a la memoria lo que en capítulos anteriores he repetido, a saber, que la sagrada Comunión no es sólo ni principalmente un banquete de honor, de fiesta o de regalo, sino una comida sacrificial, o sea, una participación del augusto Sacrificio de la Misa, por la cual comemos la carne y bebemos la sangre de Jesucristo, que han sido ofrecidas en sacrificio real. Si recordamos, repito, esta verdadera noción de la Comunión sacramental, no vacilaremos en responder a esta pregunta: ¿Cuál es el tiempo de comulgar más conforme con la liturgia?
Indudablemente, el tiempo más próximo y unido al del Sacrificio, de que es participación. Es decir, a continuación de la Comunión del sacerdote celebrante.
Ése es el tiempo propiamente litúrgico de la Comunión de los fieles, y sobre ese supuesto de que éstos se unan a aquél, no sólo para ofrecer el Sacrificio mío y vuestro, dice el sacerdote, sino también para participar de él, comiendo la Víctima santa, están hechas las oraciones del Misal, lo mismo para la preparación que para la acción de gracias.
Cierto que la Iglesia, madre benigna, inspirada en los sentimientos y ansias de su divino Fundador, de ver llena su casa de comensales, condesciende con que se pueda dar y recibir la sagrada Comunión fuera de la santa Misa. Pero no se olvide que es condescendencia con la falta de tiempo, de Misas, de facilidades y con la sobra de ocupaciones.
El gusto, la preferencia, la intención primera de la madre Iglesia es que se comulgue dentro de la santa Misa.
Así lo practicó perpetuamente la Iglesia y así lo enseñó e hizo saber en el Concilio de Trento y el Código de Derecho Canónico.
¡Qué contrarias son, pues, al espíritu litúrgico, exclamaciones como éstas de personas piadosas: no me gusta mezclar ni atropellar devociones. La Misa a un lado y la Comunión a otro. Con hacer las dos cosas juntas, oír Misa y prepararse a comulgar, no se sabe a qué atender. A mí no me gusta comulgar a plazo fijo, sino cuando he rezado y leído toda la preparación de mi devocionario... Me resulta tan pesado esperar toda una Misa para comulgar... Y otras distintas, pero que convienen entre sí en desconocer prácticamente que no hay mejor preparación ni acción de gracias para la sagrada Comunión, que una Misa bien oída o meditada, no precisamente según éste o aquel devocionario, sino según el propio Misal!
 
El abandono de la liturgia de la Comunión en el vestir
Advierto que al hablar aquí de la liturgia del vestido para la Comunión, no tomo la palabra liturgia en un sentido riguroso, sino amplio.
Aunque la liturgia propiamente no da prescripciones más que sobre los vestidos de los ministros de la Comunión, por ampliación y como por correspondencia, también impone a los comulgantes ciertas condiciones en su modo de vestir al acercarse a la mesa santa.
Si al sacerdote no le es lícito, fuera del caso de necesidad, administrar la sagrada Comunión con su traje ordinario, sino que por respeto y veneración al Sacramento, ha de revestirse de ornamentos sagrados ¿no será muy conforme a la razón y justicia que al fiel que se dispone a gozar del honor y de la dicha de ser comensal de tan rica y augusta mesa, se le exija en su traje alguna señal extraordinaria de veneración y respeto?
Y digo alguna señal, porque, siendo la Comunión para todos, para ricos y para pobres, y por intención y deseo de su divino Autor, manjar de todos los días, la santa madre Iglesia jamás ha mandado determinada forma ni clase de vestido para comulgar, no fuera a poner el más leve obstáculo a la frecuente Comunión por parte de los impedidos por pobreza o cualquier otro motivo de adquirir o usar el traje preceptuado.
A una sola condición ha reducido la santa Iglesia lo que pudiera llamarse liturgia del traje para comulgar, y esa condición se llama decencia. Y cuenta que decencia no es suntuosidad, ni galas, ni lujo...
No está la decencia del traje en su valor, que no está al alcance de todos por igual, sino en su limpieza y en su modestia. Y en esto, que está a la disposición de todos, es en lo que la madre Iglesia pide algo extraordinario al comulgante.
¡Qué bien entendieron nuestros mayores este sentir y desear de la Iglesia!
Antes, en tus Sagrarios más frecuentados, Jesús mío, cuando se alzaban los ojos, no se veía más que a Ti. Hoy en muchos de ellos no se te puede ver ¡porque no se puede mirar!
¡¡No se pueden abrir los ojos!! Entre tu Hostia y los ojos de los que te buscan, han levantado una pared la lujuria y la vanidad, con actitudes provocativas de gentes que, yo no sé por qué, todavía se llaman devotas y están en el templo...
-Señor Obispo, me han dicho muchos jóvenes que quieren ser cristianos de verdad, ¡ni aun en los Sagrarios se va pudiendo ya estar en paz con Jesús!
¡Abandono de Sagrarios acompañados, y muy elegantemente acompañados! ¿Cómo no sentirte y desagraviarte? ¿Cómo no sentir lo solo y avergonzado que se sentirá Jesús, asediado y oprimido por esas turbas inmodestas y provocadoras?
De mí os digo que me deja amargura en el alma para todo el día, la mañana en que me veo precisado a dejar sin comulgar a alguna de esas inmodestas devotas, sin duda más vanidosas o cobardes que malas, y que estoy viendo venir castigos terribles de Dios para esta pobre sociedad que parece que tiene por principal ocupación y obsesión robar y hasta raer el pudor de las mujeres honradas y cristianas y de los niños y las niñas.
Escribiendo estas líneas leo en la prensa que el Obispo de una populosa ciudad italiana. se ha visto precisado un domingo a mandar cerrar las puertas de su catedral a los asistentes de la Misa de doce... ¡No le quedaba ya otro remedio de evitar esas sacrílegas exhibiciones de desnudeces a que se van reduciendo muchas de esas Misas de días festivos!...
En el siglo III de la Iglesia, el gran apologista cristiano Tertuliano, echaba en cara a los gentiles este apóstrofe: ¡os hemos dejado vuestros templos solos!
Dios mío, ¿habrá llegado la hora de convertir el apóstrofe a los paganos del apologista, en oración a Ti?... Ante tanta mujer cristiana obstinada en preferir la insolencia de su desnudez al honor de su fe y a la hermosura de su pudor, ¿no va llegando la hora de pedirte a Ti y de imponerles a ellas ¡que nos dejen solos nuestros templos!?
Mujeres cristianas, todavía muy numerosas, que aun tenéis ojos para ver, y oídos para oír, y cara para enrojeceros de vergüenza, y corazón para compadecer y desagraviar: ¡a desinfectar de inmodestias los Sagrarios acompañados!
En honor y desagravio de la Hostia santa, pura e inmaculada y de vuestro propio sexo, no vayáis a la iglesia sino decentemente vestidas.
 
Nota:
1 Téngase presente que desde las nuevas normas litúrgicas del Con. Vaticano II, una participación más activa en la Misa, es lo normal. Y a eso es a lo que aspiraba don Manuel, según se deduce de los textos siguientes, adelantándose muchos años, a lo que el Vaticano II mandaría e impondría.
 
 
 


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