lunes, 18 de septiembre de 2017

La moral de situación - Mons. Octavio Derisi

LA NUEVA MORAL[1]
Por Mons. Dr. Octavio N. Derisi


La obra que aquí se analizará consta de un prólogo y tres capítulos: 1) Otra Moral Nueva, 2) La Perenne Novedad de la Moral Cristiana y 3) Doctrina y Vida. El primero expone con amplitud y precisión los pasos y desarrollo de la nueva moral, que pretende actualmente introducirse en la Iglesia. Frente a ella, el segundo capítulo presenta las líneas esenciales que configuran la moral cristiana. Y el tercero extrae las consecuencias que para la vida acarrean una y otra moral.
En el primer capítulo, los autores de la obra han logrado presentar, a la luz de los textos de los propios teólogos, con gran objetividad y claridad, los fundamentos, el desarrollo y el espíritu, así como también las consecuencias, de esta nueva moral cristiana.
Fuchs, Haring, Valsecchi, Vidal García, Girardi, Chenu, Schillebeeckx y otros son los protagonistas de esta nueva moral, que se pretende introducir en la Iglesia como una renovación del Evangelio.
Esta nueva moral, en su esencia radical no se formula en preceptos, es más bien un compromiso total de la persona. Sus creadores distinguen entre una actitud trascendental, una mentalidad que transformaría totalmente la vida y que sería el real aporte del cristianismo a la moral; y una formulación de preceptos, a que aquélla conduce y anima con su espíritu. Se trata —como bien notan los autores de este libro y como su mismo nombre lo indica— de un retorno al formalismo trascendental moral kantiano, en el cual la ley no tiene contenido, sino que informa y da vigencia a las máximas o normas.
Por otra parte, esta nueva moral pretende hacer del hombre no sólo un ser histórico, sino un ser inmerso y diluido totalmente en el fluir de la historia, sin esencia humana propiamente tal y mucho menos inmutable. En rigor, no hay una naturaleza humana propiamente dicha, constituida por notas esenciales y permanentes. Por eso, el hombre no es siempre y esencialmente el mismo, sino que cambia y asume diversas formas a través de las circunstancias y situaciones del acontecer del tiempo y de la cultura.
La influencia del existencialismo actual es evidente. Recuérdese la frase de los existencialistas: “El hombre no es, se hace“.

Si no hay naturaleza humana, tampoco hay una ley o moral natural, inmutable, una moral exigida por una naturaleza humana que realmente no existe. Sobre el particular quiero recordar el vigoroso estudio que ha realizado el eminente filósofo y teólogo que es el Padre Cornelio Fabro. De aquí que sólo haya un pluralismo moral, consiguiente al pluralismo de la naturaleza humana en sus variantes en la historia. Por eso también los preceptos morales pueden ser válidos para una época o cultura y no para otras, según que estén o no exigidos por el espíritu o aptitud trascendental cristiana. Como se ve, se trata de un retorno al historicismo o relativismo moral, en cuanto a los preceptos, por más que se evite ese nombre. Esto explica la actitud de algunos teólogos o de sus epígonos, que afirman que la indisolubilidad del matrimonio pudo ser válida en otra época y contorno cultural, pero no ahora, que ha variado el hombre; y que el acto sexual en sí mismo, fuera del matrimonio, y aún la misma masturbación, consideradas en otras épocas como pecado, puedan no serlo hoy, y aún puedan asumir el gesto de una apertura al otro. Otro tanto se afirma del aborto y otras cuestiones de actualidad.
Se ve ahora cuál sea el sentido de esta nueva moral: es una entrega total de la persona, es un espíritu, que puede encarnarse en diversas formulaciones normativas y no está sujeto a ninguna de ellas, y las asume de acuerdo a los cambios de la naturaleza humana en el tiempo. Esa moral está por encima de toda norma —como en Kant la ley está por encima de la máxima— y, por eso, puede encarnarse en nuevas normas morales, dejando como obsoletas otras que fueron válidas antes. Los mismos preceptos de Cristo son válidos para su época y situación moral; pero no lo son necesariamente para siempre y para cualquier tiempo.
En síntesis, esta nueva moral es un compromiso o inserción de la persona en el tiempo, es una forma vacía de contenido, cuya materia o preceptos pueden variar: unos pueden perder vigencia y otros asumirla, de acuerdo a las transformaciones que sufre el hombre en su devenir histórico. Dilthey, con su historicismo, está redivivo en esta afirmación. Con ello se niega una moral natural con normas y preceptos permanentes y válidos para todos los hombres de todos los tiempos y situaciones culturales, precisamente porque se ha destruido su fundamento que es la esencia o naturaleza humana. Una vez más lo esencial de esta nueva moral es lo formal, su espíritu, y en manera alguna su contenido de preceptos.
Los autores de la obra advierten que esta moral implica un retorno a la inmanencia del modernismo, condenado por Pío X. Ha desaparecido Dios como último Fin trascendente al hombre. Consecuencia lógica, por lo demás, desde que se ha perdido la esencia o naturaleza humana, la cual ha sido hecha por Dios y ordenada por El en todo su dinamismo hacia ese Fin. La naturaleza humana inmutable —terminus a quo— y Dios —terminus ad quem de la moral— han sido suprimidos en esta nueva ética, y la moral natural ha desaparecido. La nueva moral se centra ahora, no en Dios, último Fin y Razón suprema del hombre, sino en el hombre mismo. Es antropocéntrica y, como tal inmanentista. El hombre es quien asume su responsabilidad histórica, sin imposiciones de una ley, que se funda en el Fin o Bien trascendente divino.
Mucho más aún, en esta nueva moral, está ausente la gracia, la vida y los auxilios sobrenaturales, que insertados en el alma y en la vida espiritual de la inteligencia y de la voluntad, configuran la moral cristiana sobre el fundamento del Fin supremo y divino del hombre. Al inmanentismo modernista, que diluye la moral natural, se añade un horizontalismo naturalista, que destruye los fundamentos de la moral sobrenatural cristiana.
En síntesis, esta nueva moral con pretensiones de cristiana o evangélica, destruye, por una parte, los fundamentos de la moral natural y, por otra, vacía a la moral cristiana del contenido sobrenatural; y conduce, consecuentemente, a un inmanentismo naturalista y relativista moral.
El segundo capítulo encierra una síntesis clara y fundada de la moral cristiana. El trabajo se basa primordialmente en la doctrina de Santo Tomás, cuyos pasajes principales están citados y aun transcriptos en sus textos latinos, en las notas. La moral cristiana, lejos de destruir, salva y consolida la moral natural, tanto en su aprehensión intelectiva de las normas, como en el cumplimiento de las mismas por parte de la voluntad libre.
Como la gracia supone la naturaleza, también la moral cristiana supone la moral natural. Sin ésta, no es posible aquélla. De ahí el cuidado con que el cristianismo la restaura y defiende. Esa moral natural es ensanchada y profundizada por la moral cristiana, con sus propios preceptos y con sus normas supremas de vida y con sus consejos evangélicos.
Tanto en el plano natural como en el sobrenatural, la moral se funda en el último Fin trascendente del hombre, que es Dios, Bien infinito —conocido por la razón y por la fe, en uno u otro plano, terminus ad quem— y se establece como un recorrido de perfeccionamiento desde el hombre o hijo de Dios —terminus a quo, del orden natural o sobrenatural, respectivamente— hasta la posesión plena, natural o sobrenatural de aquel último Fin o Bien, después de la muerte. Hombre e hijo de Dios, integralmente unidos en el cristiano, se perfeccionan hasta su término, durante su vida terrena, por la actividad moral recta, es decir, por la sumisión de la voluntad libre a las exigencias ontológicas de aquel último Fin o Bien divino sobre la naturaleza humana enriquecida por la gracia, aprehendidas y manifestadas por la inteligencia como normas morales cristianas.
Los autores del libro señalan los medios del enriquecimiento de esta vida sobrenatural cristiana: la lucha ascética, las virtudes, los sacramentos y la oración. Bajo la actividad moral cristianamente recta el hombre se acrecienta no sólo sobrenaturalmente o como hijo de Dios, sino también naturalmente como hombre. Este capítulo termina asentando con Santo Tomás la supremacía de la contemplación sobre la acción en la vida moral y la inserción del tiempo en la eternidad, que esta actividad ética implica.
La cultura o perfeccionamiento de las cosas y del propio hombre, por la acción espiritual de la inteligencia y de la voluntad, en el cristianismo se enriquece con una dimensión divina de hijo de Dios que, lejos de impedir, asegura más ampliamente y profundiza los valores humanos de aquélla.
El último capítulo extrae las consecuencias prácticas de una y otra moral; de esta nueva, y de la auténtica moral cristiana. Se comienza por poner en claro las endebles “bases intelectuales” de la nueva moral, que se funda en la inmanencia de la filosofía actual —kantismo y existencialismo— con la consiguiente pérdida no sólo del orden natural, sino también de la Revelación, del Magisterio y de todo el orden sobrenatural.
Perdido el sentido sobrenatural de la vida y su alegría en la asunción plena de la misma, el hombre actual, agobiado bajo el peso y temor servil de los preceptos, con bellas palabras de “compromiso”, de “liberación”, etc., opta por una moral “liberadora”, que relativiza toda norma y precepto, con las consecuencias de un hedonismo, sensualismo, sexualidad, y egoísmo sin frenos, que van a dar al odio, la violencia, y el caos moral y humano.
Frente a ella, la auténtica moral cristiana conforma una admirable armonía y unidad de vida entre lo que se cree y se practica, y pone en camino al hombre —por eso, homo viator— no sólo hacia la plenitud de su vida divina, sino también de su perfección humana, a la vez que lo llena de satisfacción y alegría con el descubrimiento del sentido de su vida en el tiempo y en la eternidad y con la asunción de las responsabilidades que esa vida impone amorosamente.
La obra está elaborada con orden y bien escrita. Es de fácil lectura y asimilación. Las afirmaciones están corroboradas por abundantes notas, en que se citan y muchas veces se transcriben, los textos de los autores citados.
La parte doctrinal se funda en la doctrina de la Iglesia, principalmente a través de Santo Tomás, y la doctrina nutre el pensamiento de los autores a través de todo su desarrollo.
Esta obra responde a una verdadera necesidad de esclarecimiento de la auténtica moral cristiana, frente a las pretensiones de ciertos teólogos que, con la asunción consciente o inconsciente de las posiciones inmanentistas e historicistas de la filosofía actual, desnaturalizan y hasta destruyen su sentido trascendente y sobrenatural y la sumergen en un formalismo destructor de toda la vida natural y sobrenatural.
Por eso, dentro de esta obra que ofrece una síntesis bien fundada de la moral cristiana, juzgamos que el primer capítulo, de exposición crítica de las tendencias de la nueva moral, formuladas por algunos teólogos de hoy, es el más oportuno para nuestro tiempo y a la vez el mejor logrado por sus autores.
Recomendamos vivamente la lectura de este libro a cuantos quieren esclarecer sus ideas frente a la confusión reinante, que en no pocos círculos han engendrado estos teólogos con su nueva moral.
El libro ha sido bellamente editado por Rialp de Madrid.
Cf. Sapientia n. 119, Vol. XXXI (1976), La Plata (Bs As), p. 62-65.
[1] R. GARCIA DE HARO Y DE CELAYA, La Moral Cristiana, Rialp, Madrid, 1975, 267 pp.


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