miércoles, 11 de octubre de 2017

EL Rosario de San Juan XXIII

Pequeño ensayo de meditación de los misterios del Rosario que el San Juan XXIII publicó junto con su carta apostólica Il religioso convegno. El Papa desarrolla el triple elemento que él mismo anuncia: meditación, reflexión e intención.



EL ROSARIO MEDITADO

MISTERIOS GOZOSOS

Primer Misterio
LA ENCARNACIÓN DEL HIJO DE DIOS
Contemplación
Es el primer punto luminoso para unir el cielo y la tierra. El primero de la serie de acontecimientos que son los más grandes de los siglos.

El Hijo de Dios, Verbo del Padre, «por quien fueron hechas todas las cosas» en la creación (Jn 1,3), toma naturaleza humana en este misterio. Se hace hombre Él mismo para poder ser redentor del hombre y de la humanidad entera, y su salvador.

María Inmaculada, flor de la creación, la más bella y fragante, respondiendo al ángel «he aquí la esclava del Señor» (Lc 2, 28), acepta el honor de la maternidad divina que se cumple en ella al instante. Y nosotros, llamados en nuestro padre Adán hijos adoptivos de Dios, privados luego, volvemos hoy a ser hermanos, hijos adoptivos de Dios, recuperada la adopción por la redención que comienza ahora. Al pie de la cruz seremos con Jesús, que es concebido en su seno, hijos de María. Desde hoy será ella Madre de Dios y luego madre nuestra.

¡Oh sublimidad!, ¡oh ternura de este misterio!

Reflexión
Reflexionando sobre esto, nuestro primer deber inolvidable es dar gracias a Dios, porque se ha dignado venir a salvarnos. Por esto se ha hecho hombre, hermano nuestro. Igual a nosotros en cuanto a nacer de una mujer, de la que nos ha hecho hijos de adopción al pie de la cruz. Hijos adoptivos de su Padre celestial, ha querido que lo seamos igualmente de su misma Madre.

Intención
Sea la intención de nuestra oración, al contemplar este primer misterio que se nos ofrece a la meditación, además de dar gracias continuamente, un esfuerzo, en verdad sincero y real, de humildad, de pureza, de caridad, virtudes de las que nos da tan alto ejemplo la Virgen bendita.

Segundo Misterio
LA VISITACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Contemplación

Qué suavidad, qué gracia en esta visita de tres meses, que María hizo a su prima. Una y otra, bendecidas con una maternidad que se cumpliría a no tardar. La de la Virgen María, la más sagrada maternidad de cuanto se pueda soñar sobre la tierra. Dulce encanto en las palabras que se dicen como un cántico. De una parte, «bendita tú entre las mujeres» (Lc 1, 45). Y de la otra, «porque ha mirado la humildad de su sierva, por eso me llamarán bienaventurada todas las generaciones» (Lc 1, 48).

Reflexión
Cuanto sucede aquí, en Ain-Karin, en el monte Hebrón, presenta, con luz celeste y al mismo tiempo muy humana, qué relaciones son las que unen entre sí a las buenas familias cristianas, educadas en la antigua escuela del rosario. Rosario recitado cada noche en casa, en el círculo de los íntimos. Rosario recitado, no en una, ni en cien, ni en mil familias, sino por todas y por todos, y en todos los lugares de la tierra, allí donde uno cualquiera de nosotros «sufre, lucha y ora» (Manzoni, La Pentecoste, v 6), fiel a una inspiración de lo alto, como el sacerdocio, la caridad misionera, la prosecución de un ideal de apostolado; o también por fidelidad a uno de aquellos motivos, tan legítimos que llegan a ser obligatorios, como el trabajo, el comercio, el servicio militar, el estudio, la enseñanza, o cualquier otra ocupación.

Intención
Bello es confundirse durante las diez avemarías del misterio con tantas y tantas almas, unidas por vínculos de sangre, o domésticos, en una relación que santifica y por lo mismo consolida el amor de las personas más amadas: con padres e hijos, hermanos y parientes, convecinos y compatriotas. Todo esto, con la finalidad y el propósito vivido de sostener, aumentar y hacer más viva la presencia de la caridad con todos, cuyo ejercicio proporciona la alegría más profunda y es el mayor honor de la vida.

Tercer Misterio
EL NACIMIENTO DEL JESÚS EN BELÉN
Contemplación
A su tiempo, según ley de la naturaleza humana asumida por el Verbo de Dios, hecho hombre, sale del tabernáculo santo, el seno inmaculado de María. Hace su primera aparición al mundo en un pesebre. Allí las bestias rumian el heno. Y todo es en derredor silencio, pobreza, sencillez, inocencia. Voces de ángeles surcan el aire anunciando la paz. Aquella paz de la que es portador para el universo el niño que acaba de nacer. Los primeros adoradores son María su madre, y San José, el padre adoptivo. Luego, pastores que han bajado del monte, invitados por voces de ángeles. Vendrá más tarde una caravana de gente ilustre, precedida desde lejos por una estrella, y ofrecerá regalos valiosos, llenos de simbolismo, de interés. En la noche de Belén todo habla de universalidad.

Reflexión
En este misterio no quede una sola rodilla sin doblarse ante la cuna, en gesto de adoración. Nadie se quede sin ver los ojos del divino Niño que miran lejos, como queriendo ver, uno a uno, todos los pueblos de la tierra. Van pasando uno a uno ante su presencia, como en una revista, y los reconoce a todos: hebreos, romanos, griegos, chinos, indios, pueblos de África, de cualquier región de la tierra, o época de la historia. Las regiones más distantes y desérticas, las más remotas e inexploradas; los tiempos pasados, el presente, y los tiempos por venir.

Intención
Al Santo Padre, en el transcurso de las diez avemarías, le gusta encomendar a Jesús que nace, el número incontable de niños —¡cuántos son! muchedumbre interminable— que han nacido en las últimas veinticuatro horas, de día o de noche, de la raza que sean, aquí y allí, un poco por toda la tierra. ¡Cuántos son! Todos ellos pertenecen, de derecho, bautizados o no, a Jesús, el niño que acaba de nacer en Belén. Están llamados al reconocimiento de su dominio, que es el mayor y más dulce que pueda darse en el corazón del hombre, o en la historia del mundo: único dominio digno de Dios y de los hombres. Reino de luz y de paz, el reino que pedimos en el padrenuestro.

Cuarto Misterio
LA PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO
Contemplación
Jesús, en brazos de su madre, es presentado al sacerdote, y extiende sus brazos hacia adelante. Es el encuentro de los dos Testamentos. Él, gloria del pueblo elegido, hijo de María, está dispuesto a ser «luz y revelación de las gentes» (Lc 2, 32). Está presente y ofrece también San José, que participa por igual en el rito de las ofrendas legales de rigor.

Reflexión e intención
De manera diferente, pero semejante en cuanto al sentido de la ofrenda, el episodio se renueva continuamente en la Iglesia, o por mejor decir, es algo constante en ella. Será muy grato contemplar, durante las diez avemarías, el campo que germina, la cosecha que se alza. «Mirad los campos que ya están amarillos para la siega» (Jn 4,35). Me refiero a la alegre esperanza que se ve nacer del sacerdocio, de sus cooperadores y cooperadoras, tan numerosos en el reino de Dios, y sin embargo no suficientes aún. Jóvenes del seminario, de las casas religiosas, seminarios de misiones, y aun en las universidades católicas. ¿Por qué no aquí, si son cristianos, llamados también ellos a ser apóstoles? Y la alegre esperanza de tantas iniciativas de apostolado de los seglares, imprescindibles en el mañana. Apostolado, que, no obstante las dificultades y pruebas de su expansión, ofrece, y jamás dejará de ofrecer, un espectáculo tan conmovedor que arranca palabras de alegría y admiración.

«Luz y revelación de las gentes» (Lc 2, 32), gloria del pueblo elegido.

Quinto Misterio
EL NINO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO
Contemplación
Jesús tiene ya doce años. María y José lo acompañan a Jerusalén para la oración ritual. Inesperadamente, se oculta a sus ojos, tan vigilantes y amorosos. Gran preocupación y una búsqueda que se prolonga en vano durante tres días. A la pena sucede la alegría de encontrarlo precisamente en los atrios que rodean el templo. Hablaba con los doctores de la Ley. San Lucas lo presenta con palabras expresivas y con precisión muy cuidada. Lo encontraron, dice, sentado en medio de los doctores «escuchando y preguntándoles» (Lc 2, 46). Un encuentro con los doctores importaba entonces mucho, lo encerraba todo: conocimiento, sabiduría, normas de vida práctica, a la luz del Antiguo Testamento.

Reflexión
El deber de la inteligencia humana es el mismo en todo tiempo: recoger la sabiduría del pasado, transmitir la buena doctrina, hacer avanzar, con firmeza y humildad, la investigación científica. Nosotros morimos uno tras otro. Vamos a Dios. La humanidad, en cambio, mira al porvenir. Cristo no está jamás ausente, ni del conocimiento sobrenatural, ni en el ámbito del natural. Está siempre en el juego, en su puesto. «Uno solo es vuestro maestro, Cristo» (Mt 23, 10).

Intención
Ésta, que es la quinta decena, última de los misterios gozosos, reservémosla, con una intención especialísima, a favor de todos aquellos que han sido llamados por Dios —por su capacidad natural, por circunstancias de la vida, por voluntad de sus superiores— al servicio de la verdad: en la investigación o la enseñanza, difundiendo el saber antiguo a las técnicas nuevas, mediante libros o técnicas audiovisuales. Todos ellos están llamados a imitar a Jesucristo: los intelectuales, profesores, periodistas. Todos, especialmente los periodistas a quienes incumbe diariamente la tarea peculiarísima de hacer honor a la verdad, deben transmitirla con religiosa escrupulosidad, con agudo buen sentido, sin distorsionarla ni contrahacerla con fantasías.

Sí, sí, recemos por todos ellos: recemos por ellos, sean sacerdotes o seglares; para que sepan escuchar la verdad; y cuánta pureza de corazón se necesita para que sepan comprenderla; y cuánta humildad íntima de pensamiento es necesaria para que sepan defenderla, ya que entonces se hace inevitable la obediencia, que fue la fuerza de Jesús, y es la fuerza de los santos. Sólo la obediencia obtiene la paz, es decir, la victoria.


MISTERIOS DOLOROSOS

Primer Misterio
LA ORACIÓN DE JESÚS EN EL HUERTO
Contemplación
Con ánimo conmovido se vuelve una y otra vez sobre la imagen de Jesús en la hora y el lugar del supremo abandono. “Y sudó como gruesas gotas de sangre, que corrían hasta la tierra” (Lc 22, 44). Pena íntima en su alma, amargura insondable de su soledad, decaimiento en el cuerpo abrumado. Su agonía no se precisa sino por la inminencia de la pasión que Jesús, a partir de ahora, ya no ve lejana, ni siquiera próxima, sino presente.

Reflexión
La escena de Getsemaní nos conforta y anima a realizar un esfuerzo voluntario de aceptación. La aceptación incondicional del sufrimiento, cuando es Dios quien lo quiere o permite: “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42). Palabras que desgarran y curan, porque enseñan a qué grado de fervor puede y debe llegar el cristiano que sufre, unido a Cristo que sufre. Ellas nos dan, como en última pincelada, la certeza de méritos inefables, el merecimiento de la vida divina para nosotros, vida palpitante hoy en nosotros por la gracia, mañana en la gloria.

Intención
En este misterio se presenta ante nuestra mirada una intención particular: «la preocupación por todas las Iglesias» (2 Co 11, 28). Solicitud que impulsa con apremio la oración diaria del Santo Padre, como el viento que azotaba el lago de Genesaret, «viento contrario» (Mc 14, 24). Pensamiento anhelante en las situaciones más comprometidas de su altísimo ministerio pastoral. Preocupación por la Iglesia, que esparcida por la redondez de la tierra, sufre unida a él, y él, por su parte, unido a ella, presente en él y sufriendo con él. Afán dolorido por tantas almas, porciones enteras del rebaño de Cristo, sujetas a persecución, sin la libertad de creer, de pensar, de vivir. «¿Quién desfallece que no desfallezca yo?» (2 Co 11, 29).

«Participar en el dolor del prójimo, padecer con quien padece, llorar con quien llora» (Rm 12, 15) es un beneficio, un mérito para toda la Iglesia. La «comunión de los santos» es este tener en común, todos y cada uno, la Sangre de Cristo, el amor de los santos y de los buenos, y, también, Dios mío, nuestros pecados, nuestras debilidades. ¿Se piensa lo suficiente en esta “comunión”, que es unión, y, como diría Jesucristo, casi unidad, “que sean uno?” (Jn 17, 22). La cruz del Señor no sólo nos eleva a nosotros, sino que atrae a las almas. Siempre. «Y yo, cuando fuere levantado de la tierra, atraeré todos a mí» (Jn 12, 32). Todo. A todos.

Segundo Misterio
LA FLAGELACIÓN DEL SEÑOR
Contemplación
El misterio trae al recuerdo el suplicio despiadado de latigazos innumerables sobre los miembros santos e inmaculados del Señor.

 El hombre es cuerpo y alma. El cuerpo está sujeto a tentaciones humillantes. La voluntad, más débil aún, puede ser arrastrada fácilmente. Se hallará en el misterio una llamada a la penitencia saludable, que lo es porque implica y causa la verdadera salud del hombre, al ser higiene del vigor corporal y juntamente confortación en orden a la salvación espiritual.

Reflexión
De aquí se desprende una valiosa enseñanza para todos. No estaremos llamados al martirio sangriento; pero a la disciplina constante y a la diaria mortificación de las pasiones, sí. Por este medio, verdadero «vía crucis» de cada día, inevitable, indispensable, que en ocasiones puede incluso llegar a ser heroico en sus exigencias, se llega paso a paso a una semejanza cada vez más estrecha con Jesucristo, a la participación en sus méritos, a la ablución por su Sangre inmaculada de todo pecado en nosotros y en los demás. No se llega a esto por fáciles exaltaciones, fanatismo, ojalá inocente, jamás inofensivo.

La Madre, dolorida, lo vio así de flagelado. Pensemos con qué amargura. Cuántas madres querrían poder gozar del éxito en la perfección de sus hijos, dispuestos, iniciados por ellas en la disciplina de una buena educación, en una vida sana, y en cambio tienen que llorar la pérdida de tantas esperanzas, el dolor de que tantos afanes se hayan perdido.

Intención
En las avemarías del misterio pediremos al Señor el don de la pureza de costumbres en la familia, en la sociedad, particularmente para los corazones jóvenes, los más expuestos a la seducción de los sentidos. Y juntamente pediremos el don de la firmeza de carácter, y de la fidelidad a toda prueba a las enseñanzas recibidas, a los propósitos hechos.

Tercer Misterio
LA CORONACIÓN DE ESPINAS
Contemplación
La contemplación del misterio se orienta de modo particular hacia aquellos que llevan el peso de graves responsabilidades en la sociedad. Es, en efecto, el misterio de los gobernantes, legisladores, magistrados. Sobre la cabeza de Cristo, rey, una corona de espinas. Sobre la de ellos también otra corona, innegablemente aureolada de dignidad y excelencia, símbolo de una autoridad que viene de Dios y es divina, pero que lleva en su urdimbre elementos que pesan y punzan, y causan perplejidad, y llegarían incluso a la amargura. Espinas y disgustos, en suma. Sin hablar del dolor que causan las desgracias y culpas de los hombres cuando se les ama tanto y se tiene el deber de representar ante ellos al Padre celestial. Entonces el mismo amor llega a ser, como para Jesucristo, una corona de espinas con que corazones duros hieren la cabeza de quien les ama.

Intención
Podría ser otra aplicación útil del misterio pensar en la grave responsabilidad de quien por haber recibido más talentos, está por ello mismo más obligado a hacerlos fructificar con abundancia, mediante el ejercicio constante de sus facultades, de su inteligencia. El servicio del pensamiento, quiero decir, lo que se espera de quien está mejor dotado, como luz y guía de los demás, debe prestarse con paciencia serena, rechazando las tentaciones de orgullo, de egoísmo, del distanciamiento que destruye.

Cuarto Misterio
CRISTO CON LA CRUZ A CUESTAS
Contemplación
La vida humana es un continuo caminar, largo y pesado. Siempre hacia arriba, por la cuesta áspera, por los pasos marcados a todos en el monte. En este misterio Jesucristo representa al género humano. ¡Ay, de nosotros si su cruz no fuera para nosotros! El hombre, tentado de egoísmo o de dureza, sucumbiría en el camino, tarde o temprano.

Reflexión
Contemplando a Jesucristo que sube al Calvario, aprendemos, antes con el corazón que con la mente, a abrazarnos y besar la cruz, a llevarla con generosidad, con alegría, según las palabras del Kempis: «En la cruz está la salvación, en la cruz la vida, en la cruz está la defensa contra los enemigos, en ella la infusión de una suavidad soberana» (Imitación de Cristo, Libro 11, 12, 2).

¿Y cómo no extender nuestra oración a María, la Madre Dolorosa que siguió a Jesús, con un espíritu de total participación en sus méritos, en sus dolores?

Intención
Que el misterio haga pasar ante nuestra mirada el espectáculo inenarrable de tantos seres atribulados: huérfanos, ancianos, enfermos, minusválidos, prisioneros, desterrados. Pidamos para todos ellos la fuerza, el consuelo capaz de dar esperanza. Repitamos con ternura, y, ¿por qué no?, con alguna lágrima escondida: «Salve, cruz, única posible esperanza» (Himno de Vísperas del Domingo I de Pasión).

Quinto Misterio
LA CRUCIFIXIÓN DEL SEÑOR
Contemplación
«La vida y la muerte se abrazaron en un duelo sublime» (Mis. Rom., Sec. de Pascua). La vida y la muerte representan los puntos claves y resolutivos del sacrificio de Cristo. Con su sonrisa de Belén, que prende en los labios de todos los hombres en el alba de su aparición sobre la tierra; y su deseo y último suspiro en la cruz, que unió al suyo todos nuestros dolores para santificarlos, que expió todos nuestros pecados, cancelándolos al fin, he ahí la vida de Jesús entrando en la nuestra. Y María está junto a la cruz, como estuvo junto al Niño en Belén. Supliquémosle a ella que es madre; pidámosle que también ella interceda por nosotros «ahora y en la hora de nuestra muerte».

Reflexión
Se podría ver esbozado en este misterio el sino misterioso de aquellos hombres que jamás se enterarán —y qué inmensa pena es— de la sangre que ha sido derramada en favor de ellos por el Hijo de Dios. Y sobre todo, el de los pecadores obstinados, el de los incrédulos, el de aquellos que recibieron y reciben, y rechazan después, la luz del Evangelio.

Intención
Pensando en esto la oración se sumerge en un deseo magnánimo, en una vehemencia reparadora, en un horizonte mundial de apostolado. Y se pide, con gran fervor, que la preciosísima Sangre derramada por todos los hombres, dé al fin, y les dé a todos ellos, conversión y salvación. Que la sangre de Cristo sea para todos arras y prenda de vida eterna.


MISTERIOS GLORIOSOS

Primer Misterio
LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR
Contemplación
Misterio de la muerte aceptada y vencida. La resurrección es el mayor triunfo de Cristo, y, juntamente da la seguridad del triunfo a la Santa Iglesia Católica, a pesar de las adversidades, a pesar de las persecuciones; ayer, en el pasado, mañana, en el porvenir. Es provechoso recordar que la primera aparición de Jesucristo fue a las santas mujeres, que le fueron familiares en su vida humilde, y estuvieron muy junto a Él en sus padecimientos hasta el Calvario, comprendido el Calvario.

Reflexión
A la luz del misterio nuestra fe contempla vivientes, unidas ya para siempre a Jesucristo resucitado, las almas que nos fueron más queridas, de cuya familiaridad gozamos, cuyas penas compartimos. ¡Cómo se aviva en el corazón, al calor del misterio de la resurrección, el recuerdo de nuestros muertos! Recordados y favorecidos con el sufragio del sacrificio del Señor crucificado y resucitado, toman parte aún en lo mejor de nuestra vida, la oración y Jesucristo.

Intención
Por algo la liturgia oriental termina los ritos fúnebres con el aleluya por todos los muertos. Pidamos para ellos la luz de las moradas eternas, mientras el pensamiento se detiene en la resurrección que aguarda a nuestros propios restos mortales: «Espero en la resurrección de los muertos». El saber esperar. El confiar siempre en la suavísima promesa, de la que es prenda la resurrección de Cristo, es ciertamente un cielo anticipado.

Segundo Misterio
LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
Contemplación
En el presente misterio contemplamos la culminación, el cumplimiento definitivo de las promesas de Jesucristo. Es la respuesta que Él da a nuestro anhelo del paraíso. Su retorno definitivo al Padre, del que un día bajó al mundo para vivir entre nosotros, es seguridad para todos los hombres, a quienes Él ha prometido y preparado un puesto allá arriba. «Voy a prepararos el lugar» (Jn 14, 2).

Reflexión
Este momento del rosario nos enseña y exhorta a que no nos dejemos prender en lo que pesa y entorpece, abandonándonos, en cambio, a la voluntad del Señor, que nos estimula hacia lo alto. En el momento de volver al Padre, subiendo al cielo, los brazos del Señor se abren bendiciendo a los primeros apóstoles, y alcanzan a todos los que, siguiendo sus huellas, siguen creyendo en Él, y es para sus almas una plácida y serena seguridad del encuentro definitivo con Él y todos los salvados en la felicidad eterna.

Intención
Ante todo, el misterio se nos presenta como luz y norma para las almas que se preocupan de su propia vocación. En lo íntimo del misterio se halla el movimiento de vida espiritual, el deseo ardiente de superación continua, que arde en el corazón de los sacerdotes no apegados a las cosas de la tierra, cuidadosos únicamente de abrirse, y abrir a otros, caminos que llevan a la perfección y santidad, al grado de gracia a que deben llegar, en privado o en común: sacerdotes, religiosos y religiosas, misioneros y misioneras, seglares amantes de Dios y de su Iglesia, y muchas almas, aquellas al menos que son como «el buen olor de Cristo» (2 Co 2,15), junto a las cuales se siente cercano al Señor. Viven, en efecto, ya ahora, en una comunión constante de vida celestial.

Tercer Misterio
LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO
Contemplación
En la última cena recibieron los apóstoles la promesa del Espíritu Santo. En el cenáculo, ausente Cristo, pero presente María, lo reciben como don supremo de Cristo. ¿Qué otra cosa es, si no, su Espíritu? Es, además, el consolador y vivificador de las almas. El Espíritu Santo continúa su acción sobre y en la Iglesia en todo tiempo. Los siglos y los pueblos pertenecen al Espíritu, pertenecen a la Iglesia. Los triunfos de la Iglesia no son siempre visibles exteriormente. Pero de hecho los hay siempre, y siempre están llenos de sorpresas, a menudo de maravillas.

Reflexión
La virtud divina que infunde el Espíritu Santo en el alma de los hombres es gran apoyo de la esperanza, fuerza poderosa, única ayuda verdadera para la vida humana. Nos referimos a la gracia que nos santifica, y que en realidad es precedida y seguida de gracias efectivas. Ciertamente lo que importa grandemente es que el espíritu de los hombres se renueve en su interior, naciendo a nueva vida.

Intención
María, la Madre de Jesús, y siempre dulce madre nuestra, se hallaba con los apóstoles en el cenáculo de Pentecostés. Permanezcamos muy cerca de ella por medio del rosario. Nuestras oraciones unidas a las suyas renovarán el antiguo prodigio. Será como el nacimiento de un nuevo día, un alba esplendorosa en la Iglesia católica, santa y aún más santa, católica y aún más católica, en los tiempos modernos.

Cuarto Misterio
LA ASUNCIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Contemplación
La figura soberana de María se ilumina y transfigura, en la suprema exaltación a que puede llegar una criatura. Qué cuadro de gracia, de dulzura, de solemnidad en la dormición de María, cual la contemplan los cristianos de Oriente. Tranquila en el plácido sueño de la muerte, Jesús está a su lado, y mantiene junto a su corazón el alma de María, como si fuera un niño, como indicando el inmediato prodigio de su resurrección y glorificación.

Los cristianos de Occidente prefieren, con los ojos y el corazón elevados, seguir a María que sube al cielo en alma y cuerpo. Así la han visto y representado los artistas más célebres en su incomparable belleza. ¡Oh, sigámosla también así! Dejémonos arrastrar por el coro de ángeles.

Reflexión
Es motivo de consuelo y confianza, en los días de dolor, para las almas privilegiadas —y todos podemos serlo, a condición de ser fieles a la gracia— que Dios prepara en el silencio al triunfo más bello, el triunfo del altar.

Intención
El misterio de la Asunción nos hace familiar el pensamiento de la muerte, de nuestra muerte, y es una invitación al abandono confiado. Nos familiariza y hace amigos de la idea de que el Señor estará presente en nuestra agonía, como querríamos que estuviese, para tomar Él en sus manos nuestra alma inmortal.
¡Virgen Inmaculada: que podamos compartir contigo la gloria celestial!

Quinto Misterio
LA CORONACIÓN DE NUESTRA SEÑORA
Contemplación
Es la síntesis de todo el rosario, que de este modo se cierra en la alegría, en la gloria.

El gran destino que el ángel le descubrió de María, en la Anunciación, como una corriente de fuego y de luz, ha pasado uno a uno a través de todos los misterios. El pensamiento de Dios sobre nuestra salvación, que se ha hecho patente en tantos cuadros, nos ha acompañado hasta aquí y nos lleva ahora a Dios en el esplendor del cielo.

La gloria de María, Madre de Jesús y madre nuestra, toma su fulgor de la luz inaccesible de la Trinidad augusta. Vivos reflejos de ella caen sobre la Iglesia, que triunfa en los cielos, que padece en la confiada espera del purgatorio, que lucha en la tierra.

Reflexión
La reflexión ha de recaer sobre nosotros mismos; sobre nuestra vocación por la que un día seremos asociados a los ángeles y a los santos y cuyas gracias santificantes anticipa ya desde esta vida la realidad misteriosa y consoladora; ¡oh qué delicia, oh qué gloria! Somos «conciudadanos de los santos y de la familia de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y de los profetas, siendo piedra angular el mismo Cristo Jesús» (Cf. Ef 2, 19-20).

Intención
La intención en este misterio es orar por la perseverancia final y por la paz sobre la tierra, que abre las puertas de la eternidad bienaventurada.

Oh María, tú ruegas con nosotros, tú ruegas por nosotros. Lo sabemos. Lo sentimos, Oh, qué realidad más deliciosa, qué gloria más soberana, en esta concordia celestial y humana de afectos, de palabras, de vida, que nos ha procurado y procura el rosario: mitigación del dolor, prueba sabrosa de paz celestial, esperanza de vida eterna.


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