domingo, 10 de diciembre de 2017

La Virgen María - Mons. Tihamer Tóth - Cap. 10 (final) - Los dogmas marianos

LA VIRGEN MARÍA
Mons. Tihámer Toth
Obispo de Veszprém (Hungría)

CAPÍTULO DÉCIMO

LOS DOGMAS MARIANOS

BREVE RESEÑA
POR
NICOLAS MARIN NEGUERUELA

LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA - VIRGINIDAD PERPETUA DE MARÍA - LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA - LA ASUNCIÓN GLORIOSA DE MARÍA EN CUERPO Y ALMA, AL CIELO - CONSECUENCIAS QUE SE DERIVAN DE ESTOS DOGMAS


La Maternidad divina de María, su perpetua virginidad, su Concepción Inmaculada y su Asunción gloriosa al cielo son los cuatro dogmas de la fe católica que miran a la celestial Madre. Explayemos ligeramente una reseña histórica de los dos primeros. Nos detendremos más despacio en el tercero y cuarto.

I. LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA.


Toda la antigüedad cristiana confesó que María es Madre de Dios. Al impugnar Nestorio, Patriarca de Constantinopla, en el siglo V, esta creencia universal de la Iglesia, poníase de frente a la tradición cristiana de los siglos precedentes. El mismo Orígenes no titubeó en llamar a María Theotokos, Madre de Dios, que llevó en su seno al Hijo de Dios y dio a luz al Emmanuel. Juliano el Apóstata hacía capítulo de acusación a los cristianos el que no
cesaban de llamar a María Madre de Dios.
Con el aplauso de los fieles y aprobación del Papa San Celestino I definió el Concilio Ecuménico reunido en Éfeso en 431: «Si alguien no confiesa que Dios es verdaderamente Emmanuel y, por tanto, que la Santa Virgen en su Madre, sea anatema.»
Quedaba así vengado el honor de María, satisfecha la devoción de los fieles que aguardaban la definición y condenado el heresiarca que había osado poner su lengua en María. Desterrado por el Emperador al desierto de Arabia, allí, según una leyenda, la gangrena le corroyó la lengua, que se le caía a pedazos por la boca.
De este dogma se desprende la dignidad inmensa de María, que está por cima de toda gloria creada. No vaciló en escribir SANTO TOMÁS DE AQUINO: «La bienaventurada Virgen, por el hecho de ser Madre de Dios, tiene cierta dignidad infinita, derivada del bien infinito, que es Dios.» (Summ. Theol., I, q. 25 a. 6 ad 4.)
La Maternidad divina de María es la raíz y fuente de todos sus privilegios y gracias. Concluyamos con CORNELIO A LÁPIDE: «La bienaventurada Virgen es Madre de Dios; luego aventaja en excelencia a todos los ángeles, aun a los mismos serafines y querubines.
»Es Madre de Dios; luego es purísima y santísima, de arte que no puede concebirse, después de Dios, mayor pureza.
»Es Madre de Dios; luego cuantas gracias santificantes fueron concedidas a todos y cada uno de los Santos, las obtiene antes que ellos María.» (In Matth., I, 16.)
En Roma, la Iglesia de Santa María la Mayor, ampliada y embellecida con su arco de triunfo por el Papa Sixto III, recuerda la definición dogmática de Éfeso. El artesonado está dorado con el primer oro traído por Colón de América a España y ofrecido por nuestros Reyes Católicos, Fernando e Isabel, para el decorado de la Basílica. Los Reyes de España, desde Felipe IV, tienen derecho a una silla del coro canonical de la misma basílica, privilegio confirmado por la bula Hispaniarum fidelitas de Pío XII de 5 de agosto de 1953 y por el reciente Concordato entre la Santa Sede y el Estado español, de 28 de agosto de 1953.

II. VIRGINIDAD PERPETUA DE MARÍA.

Contra los desplantes groseros de los herejes apolinaristas, de Helvidio, Joviniano y algunos judíos que negaban la virginidad de María, esgrimieron su pluma San Jerónimo y, entre nosotros, San Ildefonso de Toledo, en defensa de ese privilegio tan querido a la Virgen Madre. Más tarde, el Concilio particular Lateranense, tenido por el Papa San Martín I en 649, y después reconocido también por San Agatón, definió: «Si alguno no confiesa propia y verdaderamente que la Santa Madre de Dios y siempre Virgen Inmaculada, María, concibió del Espíritu Santo y sin obra de varón al mismo Verbo de Dios especial y verazmente, y que lo engendró incorruptiblemente, permaneciendo indisoluble, después del parto, su virginidad, sea condenado.»
Que María permaneció virgen después por toda la vida es una verdad de fe, confirmada por el magisterio ordinario y universal de la Iglesia. Negar esta verdad es para SAN AMBROSIO tan grande sacrilegio («Tantum sacrilegium»); que es preferible pasarlo en silencio. «¿Quién ha existido en cualquier tiempo que, al nombrar a María, no añada al momento: la VIRGEN?» —escribe SAN EPIFANIO—. (Enchiridion, JOURNEL, núm. 1.111.) Todos los símbolos confiesan la misma verdad.

III. LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA.

El 8 de diciembre de 1854 definía solemnemente el Papa Pío IX: «La doctrina que afirma que la Beatísima Virgen María, en el primer instante de su Concepción, fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, por singular gracia y privilegio de Dios,en atención a los méritos de. Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y, por ende, todos los fieles la han de creer firme y constantemente.» (Bula Ineffabilis Deus, 8 diciembre, 1854.)
¡Qué día más grande y glorioso para María! Los 54 Cardenales, 42 Arzobispos y 98 Obispos que rodeaban al Papa, la muchedumbre de fieles que, en número de 50.000, llenaban las naves de San Pedro, los católicos del mundo entero, que aguardaban ansiosos esta definición, cayeron a las plantas de la celestial Señora y brotó de todos los labios esta unánime plegaria: «Toda hermosa eres, oh María, y en ti no hay mancha original.»
España, que siempre defendió este dogma mariano, aun antes de su definición, que en sus Universidades exigía a sus graduandos el voto sangriento, es decir, que defenderían este privilegio de María aun a costa de su sangre, si fuera necesario; cuya capital, el 20 de abril de 1438, por voz de sus dos Cabildos, eclesiástico y civil, votaba defender la Inmaculada Concepción, ayunando en su vigilia, celebrando su fiesta y paseándola ese día en solemne procesión; que por devoción de sus Reyes y pueblos se había puesto bajo el patronato de la Concepción Inmaculada, Patrona de España y de sus Indias, patronato confirmado por el Papa Clemente XIII, vio cumplidos sus anhelos.
San Antonio María Claret, entonces Arzobispo de Santiago de Cuba, que antes habíase dirigido a sus diocesanos pidiendo oraciones para alcanzar del cielo la pronta definición de este dogma, al recibirla Bula pontificia la abrazó contra su pecho, la regó con sus lágrimas y la anunció a sus fieles diocesanos en una pastoral llena de fervor mariano. Al terminar de escribirla oyó la voz maternal de María, que le decía: Bene scripsisti, bien has escrito.
El Papa Pío IX, consultado sobre el sitio de Roma en que se había de emplazar el monumento a la Inmaculada, contestó al momento: «En la plaza de España.» España lo merecía y el Santo Padre reconocía así los méritos de nuestra patria en la defensa de la Inmaculada Concepción de María.

* * *

Esperaba el Papa Pío IX grandes frutos de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María. Y que no salieron fallidas las esperanzas de aquel Pontífice lo recordó el Beato Pío X en la encíclica Ad diem illum, que conmemoraba el cincuentenario de aquella definición.
1.° El positivismo de Comte, que se proclamaba agnóstico respecto de Dios; el cientificismo de Renán, que pretendía suplantar la religión por la ciencia; el racionalismo de Froschammer, que negaba todo sobrenaturalismo; el materialismo de Vogt y Buechner, que sólo admitía como real la materia y reducía la virtud, la abnegación, el heroísmo y demás valores espirituales a meras secreciones del cerebro, recibieron con la definición dogmática el golpe mortal. Vivirán todavía algunos años como el monstruo que, herido, se desangra; pero... morirán, y algunos yacen ya sepultados.
¡María Inmaculada en el primer momento de su existencia! Luego en nosotros hay algo que no es materia, que está sobre ella, que eleva al hombre: es el espíritu. Ayudado de la gracia divina puede triunfar el hombre de la materia y escalar las alturas de la santidad.
2.° Hízose más visible y estrecha la unión de los fieles con su Pastor supremo, del Episcopado con su cabeza y jefe, el Vicario de Jesucristo. «Los Obispos —escribe un historiador contemporáneo —, al volver de Roma, venían poseídos de nueva adhesión a la Santa Sede, que esparcían como suave aroma sobre cuantos los oían.» (AGUILAR: Compendio de Historia Eclesiástica general, tomo II, número 1.689. Madrid, 1877.)
En 18 de julio de 1870 fueron definidos los dogmas del
Primado de jurisdicción por derecho divino del Papa sobre Obispos y fieles, y de su infalibilidad, cuando enseña, ex cathedra, doctrinas de fe o de costumbres. Así se derrumbaban, heridos de muerte, el Galicanismo y el Febronianismo, que, amparados en su origen el primero por Luis XIV de Francia y el segundo por José II de Alemania, pretendían poner trabas a la acción del Soberano Pontífice y habían arraigado en el clero de Francia y Alemania.
3.° La definición dogmática prendió en todos los pechos llamaradas inmensas de amor a María. Florecieron miles de asociaciones, cofradías, institutos y congregaciones religiosas que se ponían bajo el patrocinio de María Inmaculada. Las Hijas de María, las Congregaciones Marianas, los Meses de Mayo y Octubre, destinados a cantar las excelencias de la Señora y de su bendito Rosario, tomaron tal incremento cual nunca se había presenciado en la historia de la Iglesia. Lo reconocía así un escritor protestante: «La definición del dogma de la Inmaculada Concepción es sublime en sí y tuvo el inmediato efecto de reforzar las filas de los católicos romanos, añadiendo finos y vivos fervores a la devoción.» (Citado por AGUILAR, 1. c.)
El Año jubilar de 1904 es su más claro y mejor testimonio, como asimismo los Congresos Marianos internacionales de Roma, Tréveris, Lourdes y Zaragoza.

* * *

Al conmemorarse el centenario de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción, publica el Santo Padre Pío XII la encíclica Fulgens Corona, decretando la celebración del Año Mariano.
«Nada más dulce ni más grato que honrar, venerar, invocar predicar con fervor y afecto por doquiera a la Virgen Madre de Dios, concebida sin pecado original», escribía Pío IX al fin de la bula Ineffabilis Deus, en que definía el dogma de la Inmaculada, y repite Pío XII al anunciar el centenario de esa definición.
* * *

¿Fin del Año Mariano? Lo expresan las palabras del Santo Padre: «Que se aumente la fe del pueblo cristiano, que se excite más cada día el amor a la Virgen Madre de Dios, que de ahí tomemos todos ocasión para seguir gozosa y prontamente las huellas de la Madre celestial.»
¿Peticiones? «Pidan —añade el Papa— en sus súplicas a la Madre de Dios pan para los hambrientos, justicia para los oprimidos, la patria para los desterrados, cobijo acogedor para los que carecen de casa, la debida libertad para cuantos han sido injustamente arrojados a la cárcel o a los campos de concentración; el tan deseado regreso a la patria para quienes, después de pasados tantos años desde el final de la última guerra, están todavía prisioneros y gimen y suspiran ocultamente; la alegría de la refulgente luz para los ciegos en el cuerpo y en el alma, y para los divididos entre sí por odios, envidias y discordias, la caridad fraterna, la concordia de los ánimos y la tranquilidad fecunda que se apoya en la verdad, la justicia y la mutua unión... Para la Iglesia Católica, que disfrute en todas partes de la libertad que le es debida.»

IV. LA ASUNCIÓN GLORIOSA DE MARÍA EN CUERPO Y ALMA, AL CIELO

El cuarto dogma mariano es el de la Asunción gloriosa de la Santísima Virgen, en cuerpo y alma, al cielo.
Y en la preparación de la definición dogmática cabe a España un lugar privilegiado entre todos los pueblos. El fervor asuncionista vibró singularmente en el alma española.
«Para confirmarlo —ha escrito el Padre Franciscano BALIC (Congreso Franciscano de Madrid, 1947, págs. 245, 246)—, basta recordar que de 68 catedrales españolas, 46 están dedicadas a la Virgen, y de ellas 36 al misterio de su gloriosa Asunción, basta recordar también que entre los siglos XIII y XIV la mayor parte de las iglesias parroquiales fueron dedicadas en España a ese mismo inefable misterio.
»Entre los promotores más ardientes de la devoción a Nuestra Señora en el medievo brillan, con luz especial, los tres grandes reyes: Alfonso el Batallador, del que se dice que dedicó como 3.000 iglesias a la Virgen bendita, de ordinario bajo el misterio de su Asunción; Jaime el Conquistador, que erigió unas 2.000, y Fernando el Santo, acérrimo amante de María, que levantó casi otras tantas, dedicándolas generalmente al Misterio asuncionista
que corona toda su vida.»
El tesoro literario que encierran los códices de nuestras catedrales en sus bibliotecas es espléndido en sumo grado. «A nuestra cuenta —escribe BAYERRI—, convencidos de que no exageramos, pasan de 280 los sermonarios, datados entre los siglos X y XV, conservados en las catedrales de España, en los que se insertan cumplidos sermones ponderativos de la Asunción de la Virgen.» (Estudios Marianos, VI, página 394.)
Contestando al Papa Pío IX, que escribiera a los Obispos pidiendo su informe sobre la conveniencia de definir como dogma la Inmaculada Concepción de María, el Obispo de Osma, Fray José Sánchez, y el Arzobispo de Malinas, Engelberto Sterks, junto con sus respuestas sobre la Inmaculada Concepción, elevaron también, en 1849, sendos fervorosos y razonados votos en favor de la Asunción.
Más tarde, en 1863, la petición de la reina doña Isabel II al Papa Pío IX, marca de una manera eficiente el comienzo del movimiento avasallador que había de terminar el 1.° de noviembre de 1950 con la definición dogmática, proclamada por el Papa reinante. El voto de la Reina iba acompañado de la más entusiasta recomendación de su confesor, San Antonio María Claret. Este, además, en su libro Apuntes de un plan para conservar la hermosura de la Iglesia, añadía: «Parece que la Divina Providencia ha dispuesto, que cosas más honoríficas para María sean empezadas por los Reyes y después continuadas por los demás fieles del orbe.
»Las primeras diligencias para la declaración dogmática del misterio de la Inmaculada Concepción d María fueron empezadas por el Rey Felipe III, a instancias del señor Arzobispo don Pedro de Castro. Ahora, para declarar el segundo misterio, que es la Asunción de de María Santísima en cuerpo y alma a los cielos, también se ha valido de una Reina de España, de la ínclita doña Isabel II de Borbón, como se puede ver en la carta que pongo a continuación, que escribió al Sumo Pontífice Pío IX, con fecha 27 de diciembre de 1863, y en la contestación que la dio el mismo Papa por los días 3 de febrero de 1864; por manera que siempre será verdad que los Reyes Católicos don Felipe III y doña Isabel II han sido los primeros que han proveído en que se declaren como dogma de fe esos títulos y misterios que tanto honran a María, y que, a la vez, tanto honor es para los Reyes de España y sus vasallos el haber tenido la dicha de ser los primeros en tan honoríficos trabajos; y es de esperar que, así como se ha conseguido el primero, se obtendrá el segundo, como lo insinúa el mismo Santo Pontífice en su contestación.»
Durante el Concilio Vaticano, entre cuyos Padres resaltaba orlada con las señales del martirio la figura venerable de San Antonio María Claret, él fue, seguramente, el alma de los afanes desplegados por el Episcopado español e hispanoamericano para conseguir por aclamación la definición de este misterio, señalándose en esta campaña el entonces Obispo de Jaén y después Cardenal Monescillo, y el Obispo de la Concepción de Chile, Hipólito Salas.

* * *

El movimiento asuncionista durante un siglo, 1849 a 1940, contó, en conjunto, 2.505 peticiones de Cardenales, Patriarcas, Arzobispos y Obispos, es decir, cerca de las tres cuartas partes de las sedes de la Iglesia.
En 1.° de mayo de 1946, apenas terminada la segunda guerra europea, Pío XII, que ya había consagrado en 1941 el mundo al Corazón Inmaculado de María, quiso añadir el último broche de oro a los dogmas marianos. Escribía a los Ordinarios católicos de todo el mundo: «Muchísimo deseamos saber, Venerables Hermanos, si en vuestra eximia sabiduría y prudencia juzgáis que puede proponerse y definirse como dogma de fe la Asunción corporal de la Beatísima Virgen, y si así lo deseáis con vuestro clero y pueblo.»
Las respuestas a este ruego pontificio fueron magníficas por su número y calidad. Respondieron 1.191 sedes; solamente de 81 sedes, generalmente en regiones lejanas de Misión, o más allá del telón de acero levantado por Rusia, no llegaron oportunamente las respuestas. De esas 1.191 sedes, 1.169 respondieron afirmativamente. Dieciséis Obispos manifestaron alguna duda sobre la oportunidad de tal definición; sólo seis dudaban de la definibilidad de ese dogma. He aquí una estadística altamente significativa y
consoladora: el 98,2 por 100 del Episcopado católico, con un consentimiento casi matemáticamente unánime, declara que la Asunción de la Virgen es una verdad contenida en la revelación divina y que es oportuna su definición. Tal consentimiento antes de una definición papal, no ha existido jamás en la Iglesia.

* * *

Amaneció el día 1.° de noviembre de 1950. Un sol esplendoroso bañaba la Ciudad Eterna. Desde las cinco de la mañana los fieles se apresuraban a ocupar su puesto en la Basílica Vaticana y en sus plazas. Por fin llegó la hora anhelada. Apareció el Papa. Le precedían 40 Cardenales con su séquito de honor; le seguían 589 Obispos y 50 Abades ordinarios revestidos de capas pluviales con mitras blancas.
Y se oyó la augusta voz del Vicario de Jesucristo en la tierra: «Para gloria de Dios omnipotente, que ha derramado en la Virgen María su particular benevolencia; para honra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para mayor gloria de su augusta Madre; y para gozo y exaltación de toda la Iglesia, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra pronunciamos, declaramos y definimos ser un dogma revelado: QUE LA INMACULADA MADRE DE DIOS, SIEMPRE VIRGEN MARIA, CONSUMADO EL CURSO DE SU VIDA TERRENA, FUE ASUMIDA EN CUERPO Y ALMA A LA GLORIA CELESTE.
»Así, pues, si alguien, lo que Dios no permita, se atreviese a negar o a poner en duda voluntariamente lo que ha sido por Nós definido, sepa que se ha apartado enteramente de la fe divina y católica.»
España estuvo presente a la definición dogmática, como tal vez ninguna otra nación fuera de Italia. Pío XII, en el discurso pronunciado el día 30 de octubre a los españoles, señaló los méritos singularísimos de España para la proclamación de este dogma glorioso. La presencia de los españoles en este día sobrepujó en número a los de cualquier otra nación no italiana. Su fervor, entusiasmo y modestia los destacaba entre todos los fieles. Allí estaba la Misión mandada por el Gobierno español. Una representación nutridísima del Ejército español, uniformado de gran gala, cubrió militarmente la carrera de paso del Papa, y ya que no podían rendirle armas, le vitorearon alzando al cielo sus kepis, chacós o viseras y agitando sus brazos. Pío XII, paternal, agradecido, mandó parar unos momentos el cortejo para saludarlos.

* * *

Para Pío XII, la proclamación del nuevo dogma no es sólo la corona y remate de un movimiento imponente de siglos de trepidación y ansia. Quiere que sea el comienzo de otro más amplio aún, si es posible, de renovación del mundo. En su discurso al Episcopado, el día 2 de noviembre, especificó cómo concibe este programa de renovación mariana. Renovación del individuo, de la familia y de la sociedad. Conservación íntegra e incólume de la doctrina cristiana. Formación y santidad del clero.
El Papa ve el mundo deshecho por los odios y la falta de fe y fraternidad en Cristo. Pues bien; a este mundo maltrecho y corrompido, el Sumo Pontífice, al definir el nuevo dogma, le presenta «como un jirón luminoso en el cielo, deslumbrante de candor, de esperanza y de vida feliz», como el remedio más eficaz para que el mundo enfermo se recobre y vuelvan «el calor, el afecto, la vida a los corazones humanos.»
No nos resta sino cantar con nuestro insigne FRAY Luis DE LEÓN:

Al cielo vais, Señora,
y allá os reciben con alegre canto.
¡Oh, quién pudiera agora
asirse a vuestro manto
para subir con Vos al monte santo...
Volved los blandos ojos
Ave preciosa, sola, humilde y nueva
al val de los abrojos
que tales flores lleva,
do suspirando están los hijos de Eva;
que si con clara vista
miráis las tristes almas de este suelo,
con propiedad no vista
las subiréis de vuelo,
como perfecta piedra imán, al cielo.

* * *

V. CONSECUENCIAS QUE SE DERIVAN DE ESTOS DOGMAS.

Estos cuatro dogmas marianos nos abren horizontes amplísimos para mejor entender los oficios que María desempeña con los hombres.

1.° María es medianera universal de todas las gracias.
Ciertamente, nuestro mediador principal y necesario es Jesucristo, que con su pasión y muerte ofreció a Dios satisfacción condigna por nuestros pecados y nos mereció todas las gracias necesarias para nuestra salvación. «Uno sólo es mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús.» (1 Tim. 2, 5.) Pero necesitamos de una medianera para con el mediador: María. «Tal es la voluntad de aquel que quiso que todo lo tuviéramos por medio de María.»
(SAN BERNARDO, Serm. in Nativ.)
Y LEÓN XIII escribía en 1891: «Podemos afirmar que del inmenso tesoro de gracias que el Señor nos mereció, es voluntad divina que nada se nos comunique si no es por María; de tal modo, que, así como nadie puede acercarse al Padre sino por el Hijo, así también, casi del mismo modo, nadie si no es por la Madre puede llegar a Cristo.»

2.° María es Reina no sólo de los hombres, sino también de todas las criaturas.
La maternidad divina la eleva sobre todas. SAN BERNARDINO DE SENA exclama: «Cuantas criaturas sirven a la Trinidad, otras tantas sirven a María.» ¡Con qué dulce melancolía se deslizan por nuestros templos los ecos de la SALVE, de nuestro San Pedro de Mezonzo: SALVE, Reina, Madre de misericordia...!

3.° María es, en el orden sobrenatural, nuestra Madre.
Es la Madre de Jesús, nuestro hermano mayor, cabeza del cuerpo místico de la Iglesia. Ella cooperó a fuer de corredentora a nuestra redención... Cabe la cruz de Jesús, el Redentor nos confió a su amor en la persona del discípulo amado, cuando dijo a María como encomienda postrera: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Y Juan escuchó de los labios trémulos de Jesús, señalándole a María: «Ahí tienes a tu Madre.»

En nuestros sufrimientos, al sentir los zarpazos del dolor que nos desgarra, al vernos desamparados por todos, levantemos los ojos arrasados en lágrimas... ¿adónde?... a lo alto, arriba, al cielo: Ecce Mater tua; allí está nuestra Madre, que nos mira, que nos defiende, que nos anima en la lucha. No estamos huérfanos. María es nuestra Madre. 

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